miércoles, 29 de febrero de 2012

¡Votad la desglobalización! Los ciudadanos somos más poderosos que la globalización

¡Votad la desglobalización! Los ciudadanos somos más poderosos que la globalización
Editorial Paidós, 2011.

La globalización es el desplome del poder adquisitivo de los votos
La globalización es un sistema que ha puesto metódica y organizadamente a competir a escala mundial, sin límites, sin escrúpulos, sin red, de manera amoral, a los asalariados, los empresarios, los agricultores y todos aquellos que se ven obligados a competir directamente con obreros chinos, ingenieros indios y campesinos argentinos, aquellos que no tienen más remedio que aceptar unas remuneraciones de miseria para vivir o sobrevivir.
El balance de la última década de globalización es un desastre para los que no tienen más recursos que su trabajo: deslocalizaciones en serie, destrucción de empleos y de herramientas de trabajo, disminución de los salarios y las rentas del trabajo.
Las pérdidas de puestos de trabajo a causa de las deslocalizaciones y las reducciones de personal provocadas por la búsqueda de salarios bajos y la ausencia de protección social han representado el 8% de los empleos industriales de la zona euro desde 1995.
Desde hace varias décadas, los Estados europeos se han lanzado a una carrera mundial a ver quién cobra menos impuestos, imitando a EEUU, que ya empezó con esta política en la década de 1980. Esta forma de obligar a los países a competir rebajando impuestos y reduciendo la protección social ha adquirido tales dimensiones que ahora los Estados se hallan atenazados por la deuda pública y los mercados financieros.
En la competencia fiscal desenfrenada que han iniciado los Estados del norte, no hay otra salida más que la destrucción de la protección social y los servicios públicos, y el incremento estructural de la deuda pública, con las medidas finales injustas que eso conlleva.
Parados en el norte y esclavos en el sur
¿A qué intereses ha servido el libre comercio integral? Ahí está la reducción de los ingresos de la mayoría, el enriquecimiento exagerado del 1% de los plutócratas mundiales, la reducción de las protecciones sociales, la destrucción de los recursos naturales, la crisis ecológica que multiplica sus focos de aparición y la sombra del miedo que se extiende sobre las sociedades. Es el triste balance de esta estafa universal.
¿La religión del libre comercio ha ayudado a los trabajadores del sur? ¿Qué favor les ha hecho a los trabajadores chinos, por ejemplo? La idea de que la economía del mercado lleva automáticamente a la democracia es un error de juicio, pues las empresas multinacionales están muy contentas de utilizar la dictadura postmaoísta para no tener que pagar a sus nuevos semiesclavos.
La traición de las élites
El necesario vínculo de confianza que une a toda sociedad con sus élites se ha evaporado progresivamente.
Los que nos gobiernan siguen creyendo en el libre comercio, Es lo propio de las clases dominantes de una generación nacida con el crecimiento y que morirá con un nivel de vida confortable, legando la crisis a los que vengan detrás.
Entre el socialismo del callejón sin salida y el socialismo a la deriva
El viejo socialismo redistributivo el del gotero, es un callejón sin salida porque prolonga la vida de un sistema condenado. Lo mismo que el socialismo del ajuste, el que quiere que nos adaptemos a la globalización. Pero a base de ir rebajando los salarios y de la lenta destrucción de los derechos sociales, nos pasaremos la vida adaptándonos sin llegar a ser nunca lo bastante pobres para el sistema.
El programa político es la desglobalización. Es un programa que implica la reacción a favor del trabajo y contra los dividendos, la reacción a favor de la industria y contra las finanzas, loa reacción a favor de la creación contra las rentas. Desglobalización es recuperar el poder de decidir.
Un proteccionismo moderno, verde y europeo
Tras las oleadas de desindustrialización que hemos sufrido, deberemos reconstituir una nueva base industrial orientada hacia la ecología y la innovación, inventando los productos de la Revolución industrial verde capaces de resolver la crisis ecológica. Para conseguir era reindustrialización verde, Europa necesita protegerse del libre comercio, como lo han hecho los países emergentes en el momento de su primera industrialización.
El proteccionismo europeo verde y a la vez social es el keynesianismo del siglo XXI. Es una voluntad política de organizar de forma realista, justa y eficaz la economía del mercado mundial.
Provocar el cambio ecológico
El artículo IX.3 del acuerdo fundacional de la Organización Mundial del Comercio estipula que, “en circunstancias excepcionales”, un miembro puede solicitar una derogación de la apertura de sus fronteras. La lucha contra el cambio climático es una de esas circunstancias, Hay una segunda opción que también se puede utilizar: es posible invocar el artículo XX del GATT, que concede derogaciones a las obligaciones del tratado de la OMC si están en juego “la protección de la salud y de la vida de las personas y los animales o la preservación de los vegetales” y “la conservación de los recursos naturales agotables”.
La OMC ha fijado en su propio trabajo fundacional el fin de la globalización. Todos los países del mundo pueden limitar las importaciones de productos que emitan más CO2 que los que producimos en Europa. La urgencia ecológica y la amenaza que pesa sobre la humanidad imponen el predominio de las nuevas reglas de intercambio extraídas del tratado de la OMC. Los esfuerzos de los países comprometidos con la lucha contra el cambio climático en el norte no pueden verse arruinados por la aceleración de las deslocalizaciones.
Hay grandes voces en el sur que claman por defender ese nuevo modelo de “desglobalización”. La expresión de Walden Bello: “Considero que la desglobalización es una oportunidad. Yo lo presenté como un modelo capaz de sustituir a la globalización neoliberal hace ya casi diez años, cuando las tensiones, los sacrificios y las contradicciones de esta última empezaban a ser dolorosamente tangibles. Concebida como una solución de sustitución esencialmente destinada a los países en desarrollo, también es pertinente para las principales economías capitalistas”.
Walden Bello propone un programa de desglobalización, una reconciliación entre los países del norte y los del sur, entre países emergentes y países víctimas de la desindustrialización que hoy se enfrentan en una guerra económica mundial, a expensas de sus trabajadores, víctimas de abusos antisociales, y de sus ciudadanos, víctimas de atentados contra el medioambiente.
Los Estados deben dedicar sus esfuerzos productivos a reconquistar sus mercados interiores. En el sur, se trata de distribuir mejores salarios para permitir a los habitantes comprar la producción destinada hoy exclusivamente a la exportación. En el norte, se trata de reconstruir las industrias perdidas en esos años de globalización. La escala local y nacional debe tener prioridad en la producción industrial siempre que la producción pueda hacerse a unos costes razonables. La preferencia para el productor más que para el consumidor constituye una nueva estrategia para los Estados y las economías; consiste en obligar a los consumidores a comprar más caro para sostener el poder adquisitivo de los asalariados, que todo el planeta necesita hoy, tanto en el norte como en el sur, para salir de la crisis, Una política industrial que incluya subvenciones, aranceles e intercambios comerciales, debe tener como objetivo revitalizar y reforzar el sector manufacturero, teniendo como prioridad las tecnologías verdes.
Walden Bello: “Las decisiones económicas estratégicas no pueden dejarse en manos del mercado ni de los tecnócratas. Todas las cuestiones vitales –determinar qué industrias hay que desarrollar, cuáles conviene abandonar progresivamente, qué parte del presupuesto del Estado hay que dedicar a la agricultura- deben por el contrario ser objeto de debates y decisiones democráticas. El régimen de propiedad debe evolucionar hasta convertirse en una “economía mixta” que incluya a las cooperativas y las empresas privadas y públicas pero que excluya a los grupos multinacionales. Las instituciones mundiales centralizadas como el FMI o el Banco Mundial deben ser sustituidas por instituciones regionales construidas no sobre la economía de mercado y la movilidad de los capitales, sino sobre principios de cooperación”.
Las soluciones de la desglobalización verde
Una estrategia de desglobalización para la Unión Europea consistirá en establecer unas condiciones sanitarias, medioambientales y sociales para la importación de productos, haciendo respetar en primer lugar unas normas fundamentales de la Organización Internacional del Trabajo, que protegen a los trabajadores y que hasta ahora han sido ficticias porque no se han aplicado: prohibición del trabajo infantil, no recurrir al trabajo forzado, derecho de los asalariados a organizarse para negociar colectivamente sus contratos laborales, no discriminar en materia de empleo. Abriremos nuestros mercados como contrapartida al respeto de dichas normas, o los cerraremos en caso de que no se observe progreso alguno.
Las normas de lucha contra el cambio climático y en defensa de la biodiversidad que la Unión europea se impone a sí misma deben ser respetadas por los Estados y las empresas multinacionales. La Unión Europea se ha comprometido a reducir en un 20% sus emisiones de gas de efecto invernadero en 2020. Debe, por tanto, exigir compromisos equivalentes a sus socios y a sus competidores económicos. La Unión debe reforzar las normas técnicas y sanitarias de protección de los consumidores europeos, asegurándose de que las importaciones respetan las exigencias que ella impone a sus propias productores, especialmente los agrícolas y, sobre todo, en materia de sustancias y mercancías peligrosas, una protección que debe imponerse a los industriales europeos tanto como a los industriales indios o chinos.
Debería diseñarse un sistema de acuerdos bilaterales entre Estados en  función de esas nuevas reglas: la supresión de aranceles a cambio de respetar unas determinadas condiciones sociales y medioambientales.
Las empresas multinacionales europeas que deslocalizan sus unidades de producción a países de bajos salarios deben ser consideradas responsables de los daños medioambientales y sociales imputables a sus filiales y a sus subcontratistas, En el programa de las grandes reformas debe incluirse la aprobación de una ley que permita responsabilizar a las casas madre de comportamientos de sus filiales y sucursales, sea cual sea la nacionalidad de esas empresas.

domingo, 19 de febrero de 2012

La "nueva economía": una coyuntura propia del poder hegemónico en el marco de la mundialización del capital

Traducción de Manuel Talens y Carlos Santonja.
Este texto es una versión del capítulo escrito por François Chesnais para un libro colectivo:
La globalización y sus crisis. Interpretaciones desde la economía crítica
F. Chesnais, G. Duménil, D. Lévy, I. Wallerstein
Los libros de la Catarata, Serie Viento Sur, Madrid 2002.
ISBN 978-84-8319-153-8
(F. Chesnais, G. Duménil, D. Lévy, I. Wallerstein, Une nouvelle phase du capitalisme?, Collection Séminaire marxiste, Syllepse, 2001).
Los países capitalistas desarrollados conocieron durante los años setenta y al menos una parte de los años ochenta, una gran crisis estructural. En los años noventa se diseñaron nuevos perfiles de evolución y hasta finales de 2000 prevalecía la imagen de una salida a estas crisis. De repente, la entrada de la economía norteamericana en la recesión del 2001, la caída de las Bolsas y la crisis en Argentina sugirieron una mayor inestabilidad.
El alcance de las transformaciones de los últimos diez o veinte años es mayor, tanto si se quiere alabar esos nuevos procesos como si se quiere criticarlos. Los mismos temas aparecen constantemente: mundialización, globalización, financiarización, mercados sin grilletes, (neo) liberalismo, fin de Estado del Bienestar, etc. Durante los noventa la expresión fetiche fue Nueva Economía: entrábamos en un nuevo período de crecimiento y eficiencia. La expresión remite ante todo a nuevas tecnologías entre las que Internet es la figura emblemática, pero de forma más general se trata de tecnologías de la información y de la telecomunicación.
¿Qué sobrevivirá a estos fenómenos después de la recesión? La historia del capitalismo nos enseña que períodos más largos, con características técnicas e institucionales muy bien definidas, se ven temporalmente interrumpidas por recesiones o crisis financieras. Por tanto, ¿podemos identificar en estos nuevos rasgos una nueva fase del capitalismo detrás de la mera sucesión de las recesiones y recuperaciones del ciclo económico?
El siguiente texto hace referencia al periodo anterior al año 2001, ofreciendo una interpretación crítica de la que entonces se llamaba «nueva economía», una solución a las crisis del capitalismo y una promesa de crecimiento para la economía capitalista mundial. El análisis que realiza Chesnais de aquel periodo puede aplicarse en la crisis actual:
·  Se trata de etapas particulares de la evolución del imperialismo, entendido éste como la dominación integrada e internacional por parte del capital financiero. La “globalización” surgió de la liberalización, de la desregulación y de la privatización, diferenciándose de formas anteriores de internacionalización en la ausencia de localización del capital productivo.
·  El régimen de acumulación existente se centra en nuevas formas de concentración del capital-dinero, en nuevas formas de captación del valor y en las instituciones que garantizan la seguridad de las operaciones de inversión financiera. La primera fase del “poder de las finanzas” fue la “dictadura de los acreedores” surgida a principio de los años ochenta. Esta “dictadura de los acreedores” goza de la capacidad de modificar el reparto de la renta y de influir sobre el ritmo y la orientación de las inversiones en todos los países que poseen un sector público importante. Junto a los rendimientos de los títulos de la deuda pública, los dividendos se convirtieron en un mecanismo determinante de apropiación del valor y de la plusvalía, y los mercados bursátiles en una institución decisiva para la regularización del régimen de acumulación.
·  La introducción del grado máximo de flexibilidad en el mercado de trabajo y el sometimiento de los asalariados a contratos basura son una tentativa de imponer al mundo laboral el equivalente de la liquidez con la que el mercado financiero dota al capital. No pueden esperarse aumentos de la productividad global de la economía basados en el progreso técnico o en nuevas innovaciones; el incremento de la productividad se basará en la mayor explotación de la mano de obra.
·  Una de las principales contradicciones del régimen de acumulación se encuentra en que la exigencia de rentabilidad financiera excede con mucho a las posibilidades objetivas de rentabilidad de un gran número de las actividades financieras que éstos financian.
·  El patrimonio o capital constituido por títulos bursátiles es un capital ficticio. Está compuesto por créditos, es decir, por promesas sobre la actividad productiva futura, que son luego negociados en un mercado muy particular, que fija el “precio” según mecanismos y convenciones muy especiales. La propia esencia del capital ficticio hace que su evaluación sea difícil y fluctuante.
·  Los mercados tienen una vida en parte “autónoma”, cuya labor es la creación de los precios de las acciones sobre la base de las muy particulares “convenciones”. Por eso, son el lugar donde crecen capitales ficticios de enormes dimensiones. En relación a las acciones, Marx escribió: “los títulos establecen solamente derechos sobre una fracción de la plusvalía que el propietario se va a apropiar. Pero esos títulos se transforman también en un duplicado del capital real, en pedazos de papel como si un certificado de devolución de valores pudiera tener un valor junto al de la devolución y al mismo tiempo que ésta. Se transforman en representantes nominales de capitales que no existen […] en su calidad de duplicados, negociables por sí mismos como mercancías que circulan, pues, como un capital de valor ficticio: puede aumentar o disminuir de manera independiente de los movimientos de valor del capital real, sobre los que sus poseedores tienen un derecho”.
·  El capital ficticio (en forma de burbujas financieras, inmobiliarias o de cualquier otro tipo) ha dejado de ser una aberración local, un paréntesis en el curso de una dinámica financiera en general razonable, para convertirse en un carácter permanente del régimen de acumulación.
·  No fueron los crash de los pequeños mercados bursátiles de México y de los países del sudeste asiático los que arrastraron a las economías de estos países a recesiones brutales. Hubo recesión y depresión porque el estallido de estas burbujas provocó el estallido en cadena de otras burbujas y se extendió a los balances bancarios, provocando una destrucción de capital ficticio bajo la forma de crédito y, a partir de ahí, la crisis se propagó de manera brutal al resto de la economía.
·  El capital ficticio que compite en la Bolsa no posee la propiedad de crear nuevas riquezas, de crear valor. Para que la burbuja financiera pueda adquirir una “permanencia” es preciso que las finanzas ejerzan algún parasitismo sobre la economía real.

jueves, 16 de febrero de 2012

La crisis económica en el Estado español: Análisis desde una perspectiva libertaria

José Luis Carretero, Gaspar Fuster, Lluís Rodríguez, Endika Alabort y José Manuel Ortiz.

Miembros del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión
La crisis economica en el estado español-Análisis desde una perspectiva libertaria-Estudios 2011

Coordinador: Endika Alabort
Miembros del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión.

10/10/2011

sábado, 11 de febrero de 2012

Cuando le quites oro y plata, advierte, que le dejas el hierro acicalado











Tú, ya, ¡oh ministro!, afirma tu cuidado,
en no injuriar al mísero y al fuerte;
cuando le quites oro y plata, advierte,
que le dejas el hierro acicalado.

Dejas espada y lanza, al desdichado;
y poder y razón, para vencerte:
no sabe pueblo ayuno temer muerte,
armas quedan al pueblo despojado.

Quien ve su perdición cierta, aborrece
más que su perdición, la causa della,
y esta, no aquella, es más quien le enfurece.

Ama su desnudez y su querella
con desesperación, cuando le ofrece
venganza del rigor, quien lo atropella.

                                                        
                                                                      Francisco de Quevedo

jueves, 2 de febrero de 2012

El derecho a la insolvencia



5-12-2011



Austeridad en Europa



Los fanáticos del fundamentalismo económico dicen que “el trabajador alemán no quiere pagar las facturas del pescador griego” y, mientras tanto, enfrentan a los trabajadores entre sí, llevando a Europa al borde de la guerra civil.

La entidad que es "Europa" fue concebida a raíz de la Segunda Guerra Mundial, como un proyecto para superar el nacionalismo moderno y crear una unión no identitaria basada en los principios del humanismo, la ilustración y la justicia social. ¿Qué queda de este proyecto original, después del reciente colapso financiero que ha asaltado la economía estadounidense y ha puesto en peligro a la zona euro? Desde el comienzo de la Unión Europea, el perfil constitucional de la entidad europea ha sido débilmente definido, de manera que el objetivo económico de prosperidad y las limitaciones del monetarismo financiero han tomado el lugar de una constitución. En la década de 1990, el Tratado de Maastricht marcó un punto de inflexión en este proceso. Sancionó la constitucionalización de la regla monetarista y sus implicaciones económicas: una disminución del gasto social, reducción de los costes laborales y un aumento de la competencia y la productividad. Los efectos de una aplicación intolerante de las reglas de Maastricht se hicieron evidentes en 2010: aplastando a Grecia e Irlanda y poniendo en peligro otros países, la crisis financiera mostró las contradicciones entre los deseos de crecimiento económico y estabilidad social, y la rigidez monetarista. En esta situación, las reglas de Maastricht han demostrado ser peligrosas, y la concepción global de la UE, basado en el protagonismo de la competencia económica, ha revelado su fragilidad.

Si vamos a competir con las economías emergentes, en las que los costes laborales son más bajos que los de Europa, debemos reducir los salarios europeos. Para competir con economías en las que la jornada de trabajo no termina nunca y en donde las condiciones de trabajo no están reguladas -con poca seguridad, turnos agobiantes, y sin garantías de empleo-  también habrá que abolir los límites de la semana laboral, hacer horas extras obligatorias y renunciar a la seguridad en Europa. Así, la evolución del capitalismo requiere no sólo la derogación de los principios que se derivan del socialismo, sino también la revocación de la tradición de la Ilustración y el legado humanista, hasta e incluyendo la abolición de la democracia, si esta palabra aún significa algo.

¿Es esta la Europa que queremos? ¿Es esta la imagen a la que Europa ha decidido adherirse? Obviamente, no se trata aquí de principios, sino de relaciones de poder. En los últimos años, la clase financiera, ahora un grupo dominante en el gobierno económico del mundo, ha utilizado las herramientas técnicas de la globalización para aumentar enormemente la riqueza que, en forma de beneficios y rentas financieras, acaba en los bolsillos de una minoría. La clase obrera y los trabajadores del conocimiento en sus distintas formas no han podido resistir el ataque que siguió a la globalización. Esta desigual distribución de la riqueza está en conflicto con la posibilidad de un mayor desarrollo del capitalismo: la reducción de los salarios globales está destinado a causar una disminución de la demanda. El resultado es un empobrecimiento que hace a la sociedad más frágil y agresiva, y una deflación que hace imposible relanzar el crecimiento.


El poder financiero y el capitalismo nihilista


La clase dirigente europea parece incapaz de pensar en términos del futuro. Están nerviosos y, asustados por su propia impotencia, tratan de reafirmar y reforzar medidas que ya han fracasado.

Este colapso europeo pone al descubierto la agonía del capitalismo. La flexibilidad del sistema se ha acabado; se ha quedado sin márgenes. Si la sociedad debe pagar la deuda de los bancos, debe reducirse la demanda, y si la demanda se reduce no habrá crecimiento.

Hoy en día, es difícil ver un proyecto consistente en la acción frenética de la clase dirigente. Una cultura de “no hay futuro” se ha apoderado del cerebro capitalista. El origen de este nihilismo capitalista se encuentra en el efecto de la desterritorialización, que es inherente al capitalismo financiero global. La relación entre el capital y la sociedad ya no se fundamenta en el territorio, en la medida en que el poder económico ya no se basa en la propiedad de las cosas físicas. La burguesía está muerta, y la nueva clase financiera tiene una existencia virtual: fragmentada, dispersa, impersonal.

La burguesía, que controlaba la escena económica de la Europa moderna fue una clase muy territorializada. Vinculada a los bienes materiales, no podría sobrevivir sin una relación con el territorio y la comunidad. La clase financiera que ha tomado la dirección de la máquina política europea no tiene ningún apego a ningún territorio o a la producción material. Su poder y riqueza se basan en la perfecta abstracción de las finanzas digitales. Estas hiper-abstractas finanzas digitales están matando el cuerpo viviente del planeta y el cuerpo social de la comunidad de trabajadores.

¿Cuánto puede durar? En 2011, sin consultar a la opinión pública, la directiva Europea que surgió después de la crisis griega confirmó su monopolio sobre las decisiones económicas de los distintos países próximos al default. Despojó a los parlamentarios de su autoridad y sustituyó la democracia de la UE por un ejecutivo encabezado por los grandes bancos. ¿Puede el directorio BCE-FMI-UE imponer un sistema de automatismos que asegure el cumplimiento por los miembros de la UE del proceso de reducción salarial del sector público, el despido de un tercio de los maestros, y así sucesivamente? Este orden de cosas no puede durar indefinidamente, ya que el punto de llegada de la espiral de deuda-deflación-recesión-más deuda es el colapso final de la Unión, como se pone de manifiesto en la agonía griega.

La sociedad ha tardado en reaccionar, su inteligencia colectiva está desprovista de cuerpo social, y el cuerpo social está completamente subyugado y abatido. A finales de 2010, una ola de protestas y disturbios estallaron en las escuelas y universidades. Ahora esa ola va en aumento en todas partes. Pero las protestas, manifestaciones y disturbios parecen incapaces de forzar un cambio en la política de la Unión.

Vamos a tratar de entender por qué, y también vamos a tratar de buscar una nueva metodología de acción, y una nueva estrategia política para el movimiento.


Un movimiento para la reactivación del cuerpo social


El movimiento de protesta ha proliferado durante el año pasado. De Londres a Roma, de Atenas a Nueva York, por no hablar de los trabajadores precarios del norte de África que han sido parte de la reciente agitación por el cambio (para bien o para mal) del mundo árabe, este movimiento tiene como objetivo el poder financiero y trata de oponerse a los efectos del asalto financiero a la sociedad. El problema es que las manifestaciones y protestas pacíficas no han sido capaces de cambiar la agenda del Banco Central Europeo, en la medida en que los Parlamentos nacionales de los países europeos son rehenes de las reglas de Maastricht, los automatismos financieros actúan como la constitución material de la Unión. Las manifestaciones pacíficas son eficaces en el marco de la democracia, pero ya no existe democracia cuando los automatismos tecno-financieros han tomado el lugar de las decisiones políticas.

La violencia estalla aquí y allá. Las cuatro noches de rabia en los suburbios ingleses, así como los violentos disturbios de Roma y Atenas, han demostrado la posibilidad de que la protesta social se vuelva agresiva. Pero la violencia tampoco es capaz de cambiar el curso de las cosas. Incendiar un banco es totalmente inútil, ya que el poder financiero no está en los edificios, sino en la abstracta conexión de números, algoritmos e información. Por lo tanto, si queremos que las formas de acción sean capaces de afrontar la actual forma de poder, tenemos que partir de la conciencia de que el trabajo cognitivo es la principal fuerza productiva que crea los automatismos tecno-lingüísticos, que hacen posible la especulación financiera. Siguiendo el ejemplo de Wikileaks, hay que organizar un proceso duradero para desmantelar y reescribir los automatismos tecno-lingüísticos que nos esclavizan.

Frente al asalto financiero, la subjetividad social parece débil y fragmentada. Treinta años de precarización del trabajo y la competencia han puesto en peligro la estructura misma de la solidaridad social y han debilitado la capacidad psíquica de compartir el tiempo, los bienes y el aire. La virtualización de la comunicación social ha deteriorado la empatía entre los cuerpos humanos.

El problema de la solidaridad siempre ha sido crucial en todo proceso de lucha y cambio social. La autonomía se basa en la capacidad de compartir la vida cotidiana y reconocer que lo que es bueno para mí es bueno para ti y que lo que  es malo para ti es malo para mí. La solidaridad es difícil de construir cuando la mano de obra se ha convertido en una dispersión de recombinantes trozos de tiempo y, en consecuencia, el proceso de subjetivación se ha vuelto algo fragmentario, frágil y sin empatía. La solidaridad no tiene nada que ver con una auto-negación altruista. En términos materialistas, la solidaridad no es acerca de ti, se trata de mí. Como el amor, no se trata de altruismo, es sobre el placer de compartir el aliento y el espacio del otro. El amor es la capacidad de disfrutar de uno mismo, gracias a otra presencia, gracias a otros ojos. Esta es la solidaridad. Dado que la solidaridad se basa en la proximidad territorial de los cuerpos sociales, no se puede construir solidaridad entre fragmentos de tiempo.

Creo que los disturbios ingleses, las revueltas italianas, las acampadas españolas no deberían considerarse formas importantes de revolución, ya que no son capaces de golpear en el corazón del poder. Tienen que entenderse como una forma psico-afectiva de re-activación del cuerpo social. Tienen que ser vistas como un intento de activar una relación viva entre el cuerpo social y la inteligencia colectiva. Sólo cuando la inteligencia colectiva se haya vuelto a conectar con el cuerpo social, seremos capaces de iniciar un proceso real de independencia de las garras del capitalismo financiero.


El derecho a la insolvencia


Un nuevo concepto surge entre la niebla de la situación actual: el derecho a la insolvencia. No pagaremos la deuda.

Los países europeos se han visto obligados a aceptar el chantaje de la deuda, pero la gente niega el concepto de que estemos obligados a pagar una deuda que no hemos contraído. El antropólogo David Graeber, en su libro Deb, the first 5000 years (Melville House, 2011), y el filósofo Maurizio Lazzarato, en La Fabrique de l'homme endetté (ediciones Amsterdam, 2011), han iniciado una interesante reflexión sobre el origen cultural del concepto de deuda, y las implicaciones psíquicas del sentimiento de culpa que el concepto de deuda trae en sí mismo. Y, en su ensayo Recurring Dreams The Red Heart of Fascism, el joven pensador anglo-italiano Federico Campagna sitúa la analogía entre los años posteriores al Congreso de Versalles y la actualidad en la obsesión por la deuda:

“La última vez, nacer le llevó décadas. Primero fue la guerra, y luego, una vez finalizado ésta, fue la deuda y todos los vínculos que vienen con ella. Era la época de la industrialización, el tiempo de la modernidad, y todo vino en una escala masiva. Empobrecimiento masivo, desempleo masivo, la hiperinflación, hiper-populismo. Las naciones crujían bajo el peso de lo que los marxistas llamaban “contradicciones”, mientras que los capitalistas se aferraban a los bordes de sus sombreros de copa, todos esperando que el cielo cayera a la tierra. Y cuando lo hizo, ellos mismos se lanzaron tras él, a montones, cayendo desde sus rascacielos y sus edificios de oficinas. El aire se volvió eléctrico, las plazas se llenaron, los árboles se convirtieron en estandartes y porras. Fue el período de entreguerras, y en la profundidad del cuerpo social, el nazismo estaba todavía oculto, líquido y en crecimiento, tranquilo como un feto.

 Esta vez, todo está pasando casi exactamente del mismo modo, sólo que un poco fuera de sincronización, como sucede con los sueños recurrentes. Una vez más, el equilibrio de poder en el mundo está cambiando. El viejo imperio se hunde, melancólicamente, y nuevos poderes se apresuran en su la carrera hacia la cima. Al igual que antes, sus atléticos gritos son los más poderosos de la modernidad. ¡Progreso! ¡Progreso! ¡Progreso! Sus ejércitos son poderosos, sus dientes brillantes, sus esperanzas peligrosas y puras. Los viejos poderes los miran con miedo, escuchando sus lenguas incomprensibles, como ancianos escuchando la música de los jóvenes”.

La carga de la deuda atormenta la imagen de futuro de los europeos, y la Unión, que solía ser una promesa de prosperidad y paz, se está convirtiendo en una especie de chantaje y amenaza.

Como respuesta, el movimiento ha lanzado el lema: No pagaremos la deuda. Estas palabras son engañosas en este momento, puesto que de hecho ya estamos pagando por la deuda: al sistema educativo se le está retirando la financiación, se privatiza, se pierden empleos y así sucesivamente. Pero estas palabras están destinadas a cambiar la percepción social de la deuda, creando una conciencia de su arbitrariedad y de su ilegitimidad moral.

El derecho a la insolvencia está emergiendo como una nueva palabra clave y un nuevo concepto cargado de  implicaciones filosóficas. El concepto de insolvencia no sólo implica la negativa a pagar la deuda financiera, sino también, de una manera sutil, la negativa a someter la potencia vital de las fuerzas sociales al dominio formal del código económico.

Reclamar el derecho a la insolvencia implica un cuestionamiento radical de la relación entre la forma capitalista (Gestalt) y la potencia productiva concreta de las fuerzas sociales, en particular, la potencia de la inteligencia global. La forma capitalista no es sólo un conjunto económico de normas y funciones; es también la interiorización de un determinado conjunto de limitaciones, de automatismos psíquicos, de normas de obligado cumplimiento.

Trate de pensar por un segundo que toda la simbología financiera de la vida europea desaparece. Trate de imaginar que, de repente, dejamos de organizar la vida cotidiana en términos de dinero y deuda. Nada cambiaría en la capacidad potencial de la sociedad, en el contenido de nuestro conocimiento, de nuestras capacidades y habilidades productoras. Debemos imaginar (y por lo tanto organizar) el desenredo de la potencialidad vital del intelecto general de la Gestalt capitalista - presente en primer lugar como un automatismo psíquico que rige la vida cotidiana.

Insolvencia significa renunciar al código económico del capitalismo como una transliteración de la vida real, como semiotización de la potencia social y la riqueza. La capacidad productiva útil del cuerpo social se ve obligada a aceptar el empobrecimiento a cambio de nada. La fuerza concreta del trabajo productivo se somete a la tarea improductiva y realmente destructiva de refinanciar el malogrado sistema financiero. Si, paradójicamente, pudiésemos cancelar cada marca de la semiotización financiera, no cambiaría nada en la maquinaria social, ni en la capacidad intelectual para concebir y actuar. El comunismo no es necesario que sea llamado desde el vientre del futuro; está aquí, en nuestro ser, en la vida inmanente de conocimiento común.

Pero la situación actual es paradójica, al mismo tiempo que emocionante y desesperada. El capitalismo nunca ha estado tan cerca del colapso final, pero la solidaridad social nunca ha estado tan lejos de nuestra experiencia diaria. Debemos partir de esta paradoja con el fin de construir un proceso post-político y post-revolucionario para desenredar lo posible de lo existente.

miércoles, 1 de febrero de 2012