martes, 29 de mayo de 2012

La doctrina del 1 por ciento


Mark Ames

22 de marzo de 2012



Hace poco más de un año, en una investigación sobre la economía de la Confederación, me topé con este gráfico desconcertante, que  representa el valor del “stock de esclavos” de los Estados Unidos  en las décadas anteriores a la Guerra Civil.

Este gráfico nos cuenta la historia real que hay detrás de la secesión del Sur: el valor del "stock esclavos" -propiedad de la clase dominante- se disparó cuando se acercaba la secesión, cambiando su tendencia en un ángulo de casi 90 grados en los últimos años antes del  asalto al arsenal de Harpers Ferry, en octubre de 1859. La clase gobernante del Sur se separó para proteger sus riquezas.
Desde lejos, si no se supiera que se representa el "stock humano de esclavos", este gráfico -con su trayectoria exponencial- podría confundirse fácilmente con el de cualquiera de las destructivas burbujas especulativas que el país ha sufrido a lo largo del tiempo.
De cerca, este gráfico destila codicia, asesinatos en masa y vergüenza. Rompe con el revisionismo histórico que falsamente ha atribuido la “causa” del  Sur a un apego desinteresado, trágicamente romántico a la "tradición" y la "cultura"; desmiente el mito de que los propietarios mantenían a sus esclavos en detrimento de su propio nivel de vida.
Al igual que en las peores guerras y los peores villanos de la historia, la Confederación se separó y luchó con el fin de continuar aprovechándose de sus inversiones más valiosas – su stock de esclavos humanos.
El gráfico proviene de un sombrío documento de trabajo, "Capitalistas sin capital", escrito a finales de 1980 por un economista de la Universidad de Berkeley, Richard Sutch, y un historiador de la Universidad de California Riverside, Roberto Ransom. En su artículo demuestran que, a mediados del siglo XIX, la esclavitud produjo enormes ganancias a los sureños que invertían su capital en esclavos, en detrimento de otras inversiones, a medida que se incrementaba el valor los esclavos. En ese momento, con gran diferencia, la principal riqueza de los cultivadores de algodón se encontraba en el stock de esclavos y no en bienes raíces u otras inversiones.
El comercio de esclavos fue prohibido en 1808, pero la población esclava se cuadruplicó, de 1 millón en 1800 a 4 millones en 1860 - alentada por los propietarios de esclavos, que “generaban” su stock humano, multiplicando sus beneficios a medida que aumentaba el valor de cada esclavo.
La esclavitud es a menudo retratada por los historiadores revisionistas como algo antitético al capitalismo de mercado. En realidad, la esclavitud era una inversión de cartera ganadora, la encarnación de la maldad que el "libre mercado" capitalista puede llegar a alcanzar. Como escriben los autores:
“Los esclavos eran una inversión incluida en la cartera de activos del plantador/empresario, ayudando a satisfacer la demanda de riquezas del propietario. Pero a diferencia de la mayoría de las otras formas de capital, que se deprecian con el tiempo, el stock de esclavos se apreciaba. De manera que el crecimiento de la población de esclavos aumentaba constantemente el stock de riqueza."
Lo que hace este gráfico tan inquietante para nosotros en 2012 es lo que sugiere acerca del actual "1 por ciento" - y cómo nos ven al resto de nosotros. Da significado a la brutal represión de las protestas del movimiento Occupy  -y sugiere que están por llegar cosas aún más difíciles, ya que tratamos de liberarnos de su visión de la civilización y de nuestro lugar en él.
Comparemos esto con un informe del grupo de consultoría McKinsey presentado hace unos años por el director de su oficina en Nueva York. Bajo el título "Las Nuevas Métricas de rendimiento empresarial: beneficio por empleado", el informe sostiene que las empresas con mejor comportamiento económico en nuestra financiarizada era son aquellas empresas que han sabido extraer ganancias cada vez mayores de cada empleado - y no las empresas que han obtenido mejores "rendimiento de la inversión", una medida más tradicional de comportamiento económico.
El informe McKinsey analizó las 30 compañías más grandes del mundo entre 1995 y 2005, y encontró que su rendimiento sobre el capital humano se había más que duplicado, pasando de un promedio de 35.000$ de beneficio por empleado a 83.000$, lo que lleva a esta conclusión bastante franca y nauseabunda:
“Si la intensidad de capital de una empresa no aumenta, el beneficio por empleado es un indicador bastante bueno de los beneficios obtenidos de la inversión en intangibles. El sello distintivo de los resultados financieros en la era digital de hoy es una mayor capacidad para obtener 'rentas' de los intangibles. El beneficio por empleado es una medida de esas rentas. Si una empresa logra aumentar su beneficio por empleado sin aumentar su intensidad de capital, incrementará las rentas de la empresa. “
La extracción de rentas de los empleados como una estrategia de negocio: Esto se supone que es el lenguaje del feudalismo, no el del moderno capitalismo avanzado. Y, sin embargo, esta es la vanguardia del pensamiento capitalista del siglo 21, sin vergüenza y sin adornos:
“Una forma de mejorar los beneficios por empleado de una empresa es simplemente despedir a los empleados que generan pocos beneficios. Pero si los beneficios que generan son mayores que el costo del capital utilizado para apoyar su trabajo, en realidad, despedirlos reduce la creación de riqueza.”
Al igual que con el stock de esclavos en la cartera de un inversor en el sur, el informe de McKinsey argumenta que, a medida que una empresa aprende a extraer con éxito renta de sus empleados, cuanto más empleados tenga para extraerles renta, mayores serán sus beneficios agregados.

Las nuevas métricas. 

Comparar “el 99 por ciento” con los esclavos africanos parece ofensivo; pero la mentalidad del “1 por ciento”, entonces como ahora, es extrañamente coherente. Ellos nos ven no como seres humanos con derechos, sino como ganado de cuya carne debe extraerse la “renta”.
Este es el lenguaje del capitalismo plutocrático, un sistema brutal totalmente incompatible con la democracia y antitético con la civilización. Es el lenguaje de la miseria, y la miseria es lo que "el 1 por ciento" está prometiendo  al "99 por ciento" para los próximos años, cada vez en mayores dosis.

Artículos de Mark Ames en Rebelion:
Austeridad y fascismo en Grecia: la verdadera doctrina del 1%
El imperio de la ley de la oligarquía: de Rusia a Oklahoma

domingo, 20 de mayo de 2012

No son las nociones económicas...es la crisis capitalista

Paula Bach (PTS Argentina)
11 de agosto de 2011



Luego de que la calificadora de riesgo Standard & Poor’s degradara la deuda pública norteamericana y en medio del continuado desbarranque de todas las bolsas del mundo, los neokeynesianos y premios Nobel de economía, Joseph Stiglitz y Paul Krugman, iniciaron una cruzada sosteniendo que el problema no está fundamentalmente en la economía sino en las “nociones económicas” y en la “extrema derecha”. “La explosión de una burbuja condujo a un estímulo keynesiano masivo que evitó una recesión mucho más profunda, pero también impulsó déficits presupuestarios importantes”, dice Stiglitz (Clarín, 6/8). “El déficit presupuestario de Estados Unidos es, después de todo, principalmente el resultado de la crisis económica que siguió a la crisis financiera de 2008”, dice Krugman (The New York Times, 8/8). Y sin embargo… la crisis es fundamentalmente de “nociones económicas”, como dice Stiglitz o provocada por la “extrema derecha”, como dice Krugman, porque el problema sería que “las nociones económicas equivocadas a ambos lados del Atlántico se han estado reforzando entre sí” (Stiglitz) o que los problemas de Estados Unidos “son casi en su totalidad (…) causados por el crecimiento de una extrema derecha dispuesta a crear crisis repetidas en lugar de ceder un ápice en sus demandas”. Lo que los, hasta ahora, críticos por izquierda de Obama quieren decir es que el verdadero peligro no viene de las tendencias estructurales profundas de la economía capitalista que provocaron la crisis de 2007/8, sino del riesgo creciente de que los Estados centrales (que inicialmente actuaron con medidas relativamente coordinadas de contención de la crisis) retiren los estímulos provocando una situación similar a la que se desató en EE.UU. en 1937, ante el retiro por parte de Roosevelt de las medidas de intervención estatal.
Las omisiones de Stiglitz y Krugman
El drama de las economías norteamericana y europea es muy distinto del que aducen ambos académicos. El problema es que las intervenciones estatales más voluminosas de la historia del capitalismo mundial, permitieron sólo una débil recuperación de las economías de los países centrales. En el caso de Estados Unidos con más de 3 billones de dólares en rescates que elevó la deuda pública desde el 64,4% del PBI a fines de 2007 a poco más del 100% del PBI actualmente (su nivel más alto desde el fin de la Segunda Guerra Mundial), apenas si logró un nivel de crecimiento que recupere la caída acumulada desde 2008. Tomando el año 2007 como base 100, a fines del año 2009 la economía norteamericana estaba en 96,186 puntos, lo cual implica una caída acumulada del 3,8% (en base a datos actualizados del Buró de Análisis Económico de Estados Unidos). Si se tiene en cuenta que el PBI creció durante 2010 un 3% y durante los dos primeros trimestres de 2011 alrededor del 0,8%, apenas estaría alcanzando a recuperar la caída, mientras la desocupación se ubica en el 9,2%, esto es 5 puntos más arriba que en 2007 y cuando los primeros síntomas de recesión vuelven a hacerse presentes. De este modo, las “nociones económicas” que –con críticas, claro y sugiriendo alguna medida más radical como el incremento de impuestos a los ricos- defienden como “mal menor” Stiglitz y Krugman, sólo consiguieron contener las quiebras bancarias y recomponer parcialmente la cadena de crédito. Cuestión que permitió al capital aprovechar las ventajas de una débil recuperación para realizar ganancias que en el primer trimestre de 2011 resultaron un 22% superiores a las del último trimestre de 2007 (Catherine Rampell, The Economist, 8/8). Pero muy lejos estuvieron de recomponer una dinámica relativamente estable de inversión (acumulación de capital), de crecimiento del empleo y del consumo, que volvió a caer por primera vez en 2 años, antes de que la economía terminara de recuperar lo perdido.
El problema no es la deuda, es la recesión
Tiene razón Krugman cuando señala que el gran problema de Estados Unidos no está en los déficits presupuestarios y que si la economía marchara por el camino correcto, la deuda no debería ser un gran problema. Es cierto, pero sólo a condición de que “la economía marchara por el camino correcto” cosa que no está sucediendo. El problema es que la intervención estatal y el endeudamiento no permitieron más que sacar coyunturalmente a la economía de la recesión con lo cual la deuda estalla, ahora sí, como un problema en sí mismo y las “nociones económicas” que defienden ambos economistas (insistimos, como “mal menor”), están seriamente cuestionadas en su efectividad. La posibilidad de Estados Unidos de endeudarse está asociada a su rol en el mundo, cuestión muy relacionada a la fortaleza de su economía. La máxima calificación y el “riesgo 0” de la deuda norteamericana, se basan en última instancia en la confianza del mundo en la seguridad que otorga EE.UU., en lo que el resto del mundo piensa de EE.UU. Las dificultades para recuperar el ritmo de crecimiento de la economía que se acompañan de un persistente desempleo y decadencia de la sociedad norteamericana, van en contra de esa “seguridad”. Este es precisamente el límite de EE.UU. para tomar crédito de forma infinita. Si la economía norteamericana se muestra débil, la confianza se debilita y el endeudamiento se encarece como indica la rebaja de la calificación que en perspectiva abarata los Bonos del Tesoro e incrementa el interés que se debe pagar por ellos. La situación de la economía le pone un límite a la capacidad de endeudamiento (por eso no era lo mismo endeudarse para el estado Norteamericano en los años ‘30 con una deuda cercana a 0 y una economía poderosa, que hacerlo en 2011). La recesión provocó una destrucción parcial de capitales y los estímulos estatales (a la vez que evitaron una caída más profunda, como señala Stiglitz) ayudaron al capital a aprovechar las ventajas de esa desvalorización y de un incremento de la desocupación que impulsó una caída de salarios elevando la tasa de plusvalía. El problema es que ni bien se llega al status anterior, la sobreacumulación de capitales se vuelve a plantear como mínimo con la misma fuerza que inicialmente. Al no lograr la economía una dinámica propia e independiente de los incentivos estatales, la gran acumulación de deuda se combina con los síntomas que indican la posible entrada en una nueva fase recesiva. Cuestión que por supuesto pone en tela de juicio la capacidad de endeudamiento del Estado impidiendo que los estímulos se reciclen al menos en la magnitud y con la potencia que lo hicieron en la primera fase. Es un círculo vicioso y todo hace pensar que el pronóstico para la próxima recaída es más sombrío que el anterior.
El Tea Party y la xenofobia europea
El fortalecimiento del ala ultraderecha del Partido Republicano, Tea Party, no es la causa actual de la crisis sino la consecuencia de la decadencia, del rescate impune a los bancos y a las grandes corporaciones, de la continuidad de la desocupación y de la extremadamente débil recuperación de la economía norteamericana. El ala Tea Party, tiene su correlato en las profundas tendencias xenófobas que anidan en Europa. El florecimiento de dichas tendencias es, del mismo modo, el resultado de las políticas de contención de la crisis que incrementaron exponencialmente las ya abultadas deudas de los países del sur de la zona euro e Irlanda. Es el resultado del estallido de esas deudas que condujo a los brutales planes de ajuste en economías en estado recesivo y con muy altos índices de desocupación, dictados por los acreedores, Alemania y Francia. Es el resultado de los centenares de miles de millones de euros que Alemania y Francia destinaron para salvar a sus propios bancos. El fortalecimiento de las “nociones económicas equivocadas” que “a ambos lados del Atlántico se han estado reforzando entre sí”, son en realidad, el subproducto del fracaso de las “ideas económicas” que ahora defienden Krugman y Stiglitz. En última instancia, son producto de la impotencia de las medidas de intervención estatal destinadas a salvar al capital de la crisis que sobrevino como resultado del estallido de las contradicciones acumuladas durante las últimas tres décadas de “neoliberalismo”.

¿Cómo se sale de las crisis económicas?

José A. Tapia y Rolando Astarita
La Gran Recesión y el capitalismo del siglo XXI. Los libros de la Catarata. 2011. Págs. 80-85.



Durante la primera mitad del 2010 muchas instituciones económicas y políticas se volvieron a convertir a la ortodoxia económica de décadas anteriores, de recorte de impuestos a los ricos, reducción de gastos sociales y austeridad (para quienes viven de sus salarios): El FMI, muchos gobiernos y una buena parte de los economistas “de derechas” proponen reducir drásticamente los gastos sociales y el subsidio de desempleo, recortar salarios, hacer que el despido sea libre y que se pueda contratar a todo el mundo en precario y que no haya regulación alguna de los mercados. Otro sector de la economía académica –conformado entre otros por los economistas vinculados a la administración de Obama, los articulistas del Financial Times y The Economist- critica la política de Merkel y sostiene que los países más fuertes, como Alemania, Francia y EEUU, deben seguir aumentando el gasto público con una política monetaria expansiva. Este sector también está de acuerdo en imponer una mayor regulación a los mercados financieros y a los bancos. Frente a estas alternativas del establishment económico, los economistas “de izquierdas” , como Galbraith y Wray, piden en cambio que aumenten los salarios para que haya más demanda, que se aumente el gasto público para que se creen puestos de trabajo y que haya subsidio de desempleo y se aumenten las medidas de protección social. Cualquiera que tenga dos dedos de frente y cierta sensibilidad social dirá que esto último es mucho mejor. ¿No es así?
La cuestión, sin embargo, es separar dos cosas que, aunque tienen relación, son distintas. Por una parte está la realidad económica y su funcionamiento y ahí la cuestión es entender cómo funciona el sistema de producción y distribución de la “economía de mercado” y si lo que dicen sobre ese funcionamiento diversas escuelas de pensamiento es cierto o es falso. Por otra parte, está la cuestión de qué es lo que favorece a unos sectores de la sociedad, a unas clases sociales, y qué favorece a otras.
Lo clave para que se recupere la demanda son las inversiones. En el mundo hay enormes masas de dinero que antes o después necesitan encontrar “oportunidades de inversión”. Pero “oportunidades de inversión” no es otra cosa que empresas con buenas perspectivas de producir ganancias. Para que aumente la inversión es clave que aumente la rentabilidad del capital, por ejemplo, mediante la reducción de los salarios. Las empresas obtienen mayor rentabilidad cuanto menores son los salarios y estos son tanto menores cuanto más presione la necesidad sobre los asalariados, forzándoles a aceptar cualquier trabajo y cualquier ingreso. Si los salarios son muy bajos, las ganancias serán muy altas y la economía no solo recibirá un estímulo, sino que acelerará sobremanera, por la afluencia de inversiones de capital, atraídas por esa alta rentabilidad.
Las crisis económicas son periodos de baja rentabilidad de capital en los que muchas empresas dan pérdidas y quiebran, mientras que otras tratan de sobrevivir recortando gastos, para lo cual los despidos son a menudo el mecanismo fundamental. Ambas cosas aumentan el desempleo y esto a su vez pone presión a la baja sobre los salarios. Las quiebras de empresas y la baja de los salarios hacen que, poco a poco, las empresas restantes mejoren las perspectivas de negocio por la disminución de la competencia, aumento de la cuota de mercado y reducción de los costos.
El argumento postkeynesiano según el cual el aumento del gasto público y la “inyección de dinero” en la economía son el método ideal para resolver la crisis tiende a ocultar un aspecto central: que la “solución” de las crisis en el capitalismo siempre pasa por el aumento de la explotación, por la desvalorización de los capitales improductivos y la concentración del capital. De hecho, si mediante el aumento del gasto público el gobierno inyecta la liquidez en la economía (por ejemplo, mediante subsidios de desempleo, pagos para hacer obras públicas o adquisiciones a empresas nacionales de portaviones o tanques para el ejército) y las empresas, los capitalistas individuales y bancos deciden guardar las ganancias que obtienen a partir de esa actividad en forma líquida, porque no ven perspectivas de inversión, la economía no se reactivará o se reactivará muy poco.
El elemento clave en la dinámica del capitalismo es la acumulación de capital, es decir, la inversión, que a su vez depende de la rentabilidad de los capitales individuales, es decir, las empresas. En cada crisis económica, la caída de los salarios, el aumento de la explotación vía incrementos de los ritmos de trabajo y el aumento de la “disciplina laboral” en los centros de trabajo son componentes clave para la recuperación de las ganancias empresariales y del crecimiento económico. En eso la visión de la economía estándar, neoclásica, de los economistas generalmente ligados a las instituciones financieras internacionales y a los gobiernos más conservadores, es mucho más realista que la de los economistas keynesianos. Los economistas conservadores defienden claramente los intereses de las empresas y los bancos, piden recortes de impuestos a las ganancias empresariales y reducción de salarios y servicios sociales y descalifican como tonterías las ideas keynesianas de reforzar la demanda.
La lucha de los asalariados contra la reducción de los salarios y contra la supresión de servicios sociales es parte general de la defensa de los intereses de quienes producen la riqueza o, o que es lo mismo, de la lucha contra la explotación del trabajo. Por ello es reaccionario no apoyarla, aunque, de hecho, esa lucha bloquea los mecanismos habituales de superación de la crisis mediante el aumento de la explotación. En resumidas cuentas, en las crisis, o se defienden medidas para aumentar la explotación o se lucha contra ellas, y entonces se está interfiriendo en los mecanismos del sistema e, implícitamente, empujando hacia soluciones de la crisis que van más allá del sistema capitalista. Las ideas de muchos economistas keynesianos reflejan una profunda confusión sobre cómo funciona el sistema. Y, de hecho, aunque algunos economistas postkeynesianos consideran el aumento salarial como favorable por la creación de demanda que podría generar, otros como Dean Baker dicen sin tapujos que los salarios deben reducirse, aunque para ello proponen el medio sutil de la inflación.
Todo esto, sin embargo, no es ninguna novedad. Son las medidas tradicionales que se proponen en cada país cada vez que el capitalismo hace crisis. Las soluciones que se proponen implican defender el valor de las propiedades de quienes tienen el poder económico (y político) y aumentar las ganancias del capital mediante reducciones salarios. De todas formas, aunque los recortes no se propongan, el sistema los promueve automáticamente en cada crisis. No hay propuesta más convincente para reducir salarios que la masa de desempleados en busca de trabajo que se multiplica en cada recesión.

Contra Keynes y los keynesianos

Marat
13 enero 2012






(¿Por qué no me afilio al Partido Laborista?) "En primer lugar, es un partido de clase, y de una clase que no es la mía. Si yo he de defender intereses parciales, defenderé los míos. Cuando llegue la lucha de clases como tal, mi patriotismo local y mi patriotismo personal estarán con mis afines. Yo puedo estar influido por lo que estimo que es justicia y buen sentido, pero la lucha de clases me encontrará del lado de la burguesía educada". (John Maynard Keynes. De su conferencia “¿Soy un liberal?” recogida en “Ensayos en persuasión”, 1925).

(Tras su viaje a la URSS en 1925) “¿Cómo puedo adoptar un credo que, prefiriendo el barro a los peces, exalta al proletariado grosero por encima de la burguesía y la intelectualidad que, sean cuales sean su defectos, representan la calidad de vida y sin duda la semilla de todo progreso humano?”. (John Maynard Keynes, “Una visión corta de Rusia”, 1925).

Keynes no era laborista y mucho menos comunista. Esto es algo que saben todos aquellos a los que la crisis capitalista ha sometido a un curso intensivo y acelerado de economía. Excepto, según parece, las “izquierdas sistémicas” (1) que lo revindican día sí y día también, recitan fervorosamente el nombre de los apóstoles keynesianos, postkeynesianos, neokeynesianos–Krugman, Stiglitz, Bernanke, Minsky,...-, inspirados en tan docto credo, programas y alternativas para la salvación del sistema económico.
La salvación y supervivencia del sistema capitalista; ésta y no otra fue la motivación de Keynes al elaborar sus teorías económicas. Ésta y no otra es la intención de sus renombrados discípulos actuales.
La política contracíclica keynesiana, experimentada por primera vez como terapia contra la Gran Depresión del 29, ejecutada en el New Deal de Roosevelt, aplicada como doctrina fundante del Nuevo Orden Económico Internacional surgido en Breton Woods tras la II G.M. y en vigor hasta el asalto a los Estados iniciado por Tatcher y Reagan, se sustenta en 4 pilares básicos:
a) La centralidad del consumo o demanda y su mantenimiento o incremento que, junto con la inversión productiva, será la base que potenciará el crecimiento y el pleno empleo.
b) Una política monetaria que organice el flujo de inversiones y que se concreta en situaciones de crisis y recesión en bajos tipos de interés que permitan un más fácil acceso al crédito y, en consecuencia, a la inversión.
c) En ausencia de inversión privada suficiente es el Estado el que debe adoptar un papel de inversor. Este planteamiento no tiene nada de soviético. Para Keynes el protagonismo de la inversión debe corresponder siempre al sector privado y el Estado debe de intervenir sólo cuando es necesario por falta de entusiasmo inversor de los capitalistas ante una situación de crisis económica. Cuando la actividad privada se recupere el Estado debe retirarse. En este punto las diferencias entre un sector de los liberales actuales y el keynesianismo es difícil de detectar. No en vano Keynes era miembro del Partido Liberal británico, algo que muchos de quienes lo exaltan sin conocerle apenas seguramente desconocerán.
d) Y muy importante dentro del esquema teórico de intervención contracíclica propuesto por Keynes: la necesidad de regulación del sistema financiero para evitar que éste se vuelva disfuncional al sistema económico.
Pero resulta que el recetario keynesiano no funciona en la actual crisis capitalista ¿Por qué digo esto? Vayamos a cada uno de los puntos anteriores para comprobar lo que acabo de afirmar:
1) En primer lugar esta crisis capitalista no es de subconsumo sino fundamentalmente de sobreproducción, aunque tiene componentes inversores ligados a la especulación financiera.
Desde 1970 hasta finales de los años 90 la producción mundial de bienes y servicios (PIB mundial) se ha disparado, aunque con comportamientos irregulares de subidas y descensos, con una marcada caída en 2009, año en el que la crisis sistémica se expresó con todo su impacto. La situación de sobreproducción y, en consecuencia, de sobreoferta se va volviendo insostenible al aproximarse la primera década del nuevo milenio y de forma más acentuada una vez iniciada la actual crisis sistémica del capitalismo.
Sectores como el del automóvil o construcción de viviendas (con 6 millones de pisos vacíos en España) son sólo una muestra de una capacidad de producción y, en consecuencia, de oferta muy por encima de las necesidades reales en unos casos y de la capacidad de absorción por la demanda en general.
Paradójicamente, la evolución de los salarios ha sido desde bastantes años antes de la crisis decreciente en términos relativos (en relación a su capacidad adquisitiva) (2) y en términos absolutos a partir del estallido de la crisis, tanto en los países más desarrollados como en la mayoría de los emergentes.
Entonces, ¿cómo es posible que se mantuviera una sobreproducción capitalista durante los períodos expansivos previos y posteriores a los ciclos de crisis?
Les responderé con otra pregunta a su vez. ¿Se han preguntado ustedes alguna vez cuando se produjo la gran eclosión de las tarjetas de crédito? Fue en 1970, justo tres años antes de la primera de las grandes crisis capitalistas tras el crack del 29. Tras la crisis del 73 ya nada volvería a ser igual para los ciclos capitalistas de expansión y contracción. Recomiendo en relación a esta cuestión la lectura de interesantísimo artículo, que ya tiene algún tiempo, de Jorge Beinstein, “La crisis en la era senil del capitalismo. Esperando inútilmente al quinto Kondratieff” (3).
En estos 40 años de alternancia sucesivamente acelerada de crisis y crecimientos del capitalismo el consumo a crédito, bien sea mediante las populares tarjetas VISA, MASTERCARD, AMERICAN EXPRESS u otras, o a través de los préstamos personales bancarios, ha sido el modo de intentar mantener una demanda que de modo natural se hubiera situado por debajo de las capacidades de producción del sistema capitalista, dado el descenso paulatino de la capacidad adquisitiva de los salarios.
Conforme los salarios descendían y los precios de los productos y servicios se iban encareciendo la vida a crédito se fue convirtiendo en la forma habitual de pago entre amplios sectores de las clases trabajadoras y medias. Ello hasta el punto de que el crédito “revolving” (el más caro, con intereses que oscilan entre el 10 y 24%) se fue implantando entre sectores con dificultad de acceso a los créditos normales por riesgos de insolvencia, las clases trabajadoras con menor capacidad económica.
Todo este tinglado de sobreproducción con consumo sobreinducido se mantuvo hasta que la burbuja pinchó por su punto más débil: las hipotecas subprime. Y el tinglado acabó viniéndose abajo y la sobreproducción devino crisis de producción.
2) En la mayoría de los países centrales del capitalismo en crisis los créditos ya son muy bajos y en algunos rondan el 0% de interés, con lo que difícilmente habría margen de maniobra para el crédito a la inversión productiva; ello en un contexto en el que la oferta difícilmente podría encontrar una favorable acogida en un mercado con decreciente capacidad de demanda.
3) En cuanto al papel de inversor para estimular la economía, lo cierto es que las políticas liberales han hecho caso omiso de sus principios para comportarse como keynesianos un tanto peculiares: salvataje del sistema financiero, ayudas a la industria del automóvil, préstamos a fondo perdido a sectores energéticos estratégicos (eléctricas,...), etc. La administración Obama ha sido más puramente keynesiana en algunos casos, emprendiendo importantes proyectos de obra pública con la modernización de su vetusto sistema de carreteras, y practicando un keynesianismo perverso en el resto: inyectar dinero en sectores económicos clave para salvarlos pero sin control estatal.
El problema es que ese papel inversor de los Estados no ha ido destinado a incentivar la economía y el consumo sino a salvar sectores clave en la misma: los bancos en un sistema financiero que prefiere prestarle dinero a los Estados con las ayudas obtenidas de estos, en lugar de realizar su actividad natural, el préstamo a particulares y empresas.
Cuando los Krugman, los Bernake o los Stigliz piden más intervención del Estado en la economía real del sistema parecen no entender que la economía real es esto: un sector financiero que atiende a su propia esencia de ser, la usura -y no hay usura más lucrativa que la que pueda practicarse a los Estados- y sectores productivos industriales del todavía primer mundo que están siendo barridos por la oferta de países emergentes con mano de obra más barata y masiva y a los que los Estados sólo pueden darles oxígeno para prolongar lentamente su agonía si no quieren comportarse como liberales puros y dejarlos morir.
Por otro lado, las propias transnacionales crearon las crisis de sus empresas en los países centrales del capitalismo al deslocalizar la producción hacia el Tercer Mundo y los países emergentes, despidiendo a cientos de miles de trabajadores y contribuyendo a una menor capacidad de consumo de los productos que anteriormente fabricaban en aquellos países. Y eso es algo que difícilmente podrán parar las políticas keynesianas de incentivación de la inversión porque no harían otra cosa que alimentar a la bestia del chantaje de las transnacionales hacia los trabajadores de los países centrales del capitalismo que exigirán nuevas condiciones salariales y de trabajo más y más lesivas para sus empleados. Salvo que la intervención del Estado en la economía fuese definitiva –mediante la nacionalización de sectores estratégicos- y no transitoria y durante el período de la crisis capitalista pero eso es algo de lo que los keynesianos –liberales moderados- no quieren ni oír hablar. ¡Apartad de nosotros la tentación bolchevique!, gritan a coro.
4) El último punto, el relativo a la regulación del sistema financiero indica hasta qué punto los keynesianos han dejado de comprender el mundo en el que viven.
La estructura financiera y monetaria de Bretton Woods, en gran medida creada a imagen y semejanza de las teorías económicas de Keynes, ha sido demolido por la globalización del mercado financiero mundial y su desregulación, iniciada a partir de Nixon (fin del respaldo del dólar en el oro) y acelerada desde la época de Thatcher y Reagan (consulten información sobre el Consenso de Washington): la desaparición de los tipos de cambio fijo, la ruptura de la paridad oro-dólar, la inestabilidad internacional de las tasas de interés, el creciente desarrollo de las operaciones bancarias fuera de balance, la privatización de las agencias de calificación de riesgo, participadas por grandes entidades de inversión, la creciente concentración de los mercados financieros en muy pocos intermediarios que mueven ingentes cantidades de dinero en muy poco tiempo, atacando a economías nacionales grandes y pequeñas a través de gigantescos conglomerados financieros, la opacidad del sistema financiero y bancario internacional con sus intocables paraísos fiscales, la excesiva titulación de la deuda a través de mercados secundarios, el abuso de instrumentos derivados, la desaparición de las fronteras entre banca de depósito y banca de inversión (donde existía previamente),...así lo evidencian.
El nuevo mundo liberal a escala global mundial ha dejado sin resortes de intervención a los Estados. Las sucesivas cumbres del G-20 y de Presidentes de la UE y su parálisis en la toma de decisiones así lo evidencian.
A estas alturas seguir sosteniendo el argumento de la falta de voluntad política de los gobernantes para intervenir sobre los mercados es una falacia estúpida propia de ignorantes y oportunistas políticos que tratan de esconder el hecho de que los políticos profesionales, como casta con unos intereses de permanencia en la dirección del sistema político, se están garantizando con su inacción el pase a la reserva, desplazados por los chicos del maletín de Goldman Sachs, Monti y Papadopoulus ahora, y mañana de cualquier otro “gestor” financiero de los globalistas del Nuevo Orden Internacional (NOW). Los suicidios políticos individuales pueden darse pero los colectivos no.
Los keynesianos tienen otros problemas añadidos a su dificultad para comprender el mundo de la globalización capitalista y financiera mundial configurado tras el fin de Bretton Woods.
Un primer problema nace de su visión aristocratizante y elitista de la economía, la política y la vida en general. Pretenden que en el momento actual el Estado y los políticos vuelvan a intervenir sobre la economía, impulsándola y, sobre todo, regulando su actividad pero no son capaces de decirnos de dónde saldrá esa fuerza conativa de los Estados sobre las formidables fuerzas económicas mundiales que concentran mucha mayor liquidez de dinero que el conjunto de los gobiernos del mundo. Quisieran que esa intervención política se produjese pero no son capaces de admitir que sin la entrada en escena masiva de las masas trabajadoras como fuerza de choque contra el capitalismo desbocado es imposible porque sólo ellas pueden tanto mover como parar el mundo. Pero eso podría ser peligroso para la estabilidad de un sistema que se basa en el pacto social; pacto social que estimuló el propio keynesianismo.
Prefieren entrar por la puerta de atrás y apelar al ciudadano, desde su énfasis en el consumo dentro de su modelo teórico. Es menos connotador de la posibilidad de la lucha de clases que la apelación a la presión por parte de los trabajadores. Roosevelt fue más inteligente que ellos y en USA se alió parcialmente con los sindicatos, a través de la Warner Act, para hacer presión sobre las grandes corporaciones. Pero eso fue en USA donde la tradición izquierdista de los sindicatos era más limitada. A pesar de ello los keynesianos actuales han aprendido bien la lección de cómo la crisis del 29 activó la combatividad de las izquierdas y los sindicatos, aunque no llegara toda la sangre del capitalismo al río, y no quieren correr el riesgo de que ahora ocurra.
Una segunda fuente de los problemas teórico-prácticos de los keynesianos radica en que obvian que el daño hecho por el capitalismo al que pretenden volver a regular es tan grande que para llevar a cabo una intervención suficientemente eficaz sobre la economía ésta ha de ser tan profunda, radical y audaz que desbordaría con mucho la legitimidad de las constituciones burguesas, tan respetuosas con la iniciativa privada, la libertad de empresa y la propiedad privada. ¿Se atreverían los señores keynesianos a apostar por un modelo de planificación económica de capitalismo de Estado tan avanzado como el que fue en su día el de la Francia de de Gaulle? Esperen, no me contesten. NO. Señores keynesianos, sus medias tintas en economía son tan pudorosas ante esta crisis como una cataplasma en el cuerpo de un enfermo terminal de cáncer.
Otra de sus hipótesis fallidas estriba en no comprender que los Estados se han quedado sin resortes legales para domeñar a un capitalismo que actúa contra ellos trasladándoles sus deudas, una vez rescatado, temporalmente, de su crisis financiera. Cualquier intento de controlar al capitalismo deberá ser por la fuerza.
Hay que añadir a todo lo anterior que los keynesianos no entienden que su llamada a que los principales gobiernos del mundo intervengan globalmente para regular el capitalismo desbridado va directamente contra su creciente tendencia a actuar bajo la doctrina Sinatra “My Way”.
La desconfianza entre gobiernos de países miembros de la zona euro (países más ricos frente a los PIIGS), de los miembros de la zona euro con los que no lo son dentro de la UE (Gran Bretaña frente a Alemania y Francia), de Europa frente a USA, de USA frente a China, de USA y Europa frente a los BRIC y otros países emergentes,...pronto se irá materializando en políticas crecientemente proteccionistas de unas áreas geográficas económicas frente a otras e incluso de unos países pertenecientes a dichas áreas frente a otros socios de las mismas. Las tensiones dentro de la UE y de las cumbres del G-20 son evidencias que así lo señalan. No parece esa la tendencia que marque un creciente clima de cooperación necesario para establecer acuerdos que supongan el renacimiento de un Bretton Woods II.
Cuando la amenaza de la crisis avanza en forma de efecto dominó sobre el conjunto de las economías nacionales del planeta y los gobernantes constatan que no parece haber antídoto conocido contra la pandemia, lo que se impone entre ellos es un conjunto de reacciones que integran el más variado abanico de comportamientos: pánico (de momento aún controlado), cautela excesiva, medidas desesperadas, improvisación, inmovilidad, confusión, enfrentamiento del todos contra todos,...Por más que se empeñen los keynesianos, la salida que escoge el capitalismo y sus gobiernos vuelve a ser de nuevo, como en la Gran Depresión, el conflicto y, posiblemente a corto-medio plazo, la guerra.
Ignoro si alguna de estas reflexiones pasó por la cabeza del señor Paul Krugman cuando trabajaba en Enron, la empresa energética que defraudó a USA mediante la creatividad contable de su ingeniería financiera, auténtico paradigma de las consecuencias de la desregulación, o al señor Ben Bernanke, neokeynesiano nombrado por George W. Bush (el hijo tonto del primer Bush que ocupó la Casa Blanca) Presidente de la Reserva Federal USA (FED); la misma FED que “ha impulsado la liberalización del mundo bancario y de ese modo ha querido destruir el sistema bancario europeo” (4) y el mismo señor Bernanke que fue acusado de falta de transparencia en su actuación como presidente de la FED y de presionar al “Bank of America Corp. –para que- completara la compra de Merrill Lynch” (5), comportándose él mismo como un lobbysta. Desconozco también si el señor Joseph Stiglitz ex vicepresidente y ex economista jefe del Banco Mundial, brazo bancario del FMI, y participante el pasado verano “indignado” en el I Foro del M 15-M, habrá pensado en cuestiones similares a las que señalo.
Sinceramente tengo la impresión de que los economistas keynesianos, neokeynesianos, postkeynesianos y toda la larga taxonomía de estos liberales moderados, no lejanos a la tradición de Stuart Mill, mantienen con los llamados neoliberales, los monetaristas y los seguidores de la escuela austriaca (anarcocapitalistas incluidos), muchos de ellos no lejanos al pensamiento de David Ricardo, una pelea amañada de antemano. Una pugna entre liberales moderados y radicales pero liberales, al fin y a la postre.
Ellos, los keynesianos, se han agarrado un berrinche descomunal al ser desplazados de sus espacios de poder –los que van más allá del ámbito académico- en las instituciones financieras, bancarias, organismos internacionales y, en general, cercanos tanto al poder económico como a los gobiernos, a los que rondan cantando bajo su ventana, en la espera de que estos comprendan, antes de que sobrevenga el desastre definitivo, que ellos son la última trinchera de defensa del sistema capitalista.
Olvidan que aquellos marxistas que no nos escondemos tras ninguna escuela económica enemiga de la lucha de clases vemos en la crisis sistémica actual del capitalismo la oportunidad para deshacernos no sólo del llamado neoliberalismo, que es la vuelta al liberalismo decimonónico y a lo que él representa para los trabajadores, sino directamente del capitalismo y de todas las tribus de economistas liberales que lo defienden, incluidos los keynesianos.
Si este es el retrato real de los keynesianos. ¿a qué juegan aquellas izquierdas que los reivindican?
Para entender esta cuestión cabría volver a la expresión “izquierdas sistémicas” que hice al principio del artículo y que definí en la nota (1) del mismo. Para acompañar esta categorización nada mejor que la distinción entre las izquierdas que hacía el tristemente desaparecido marxista Adolfo Sánchez Vázquez y que reproducía el miembro del PRD Adolfo Gilly en un artículo recientemente publicado (6). Decía así Sánchez Vázquez en relación con las izquierdas:
“Izquierda puede ser un término equívoco. Me parece preferible usarlo en plural: no la izquierda sino las izquierdas. Tendríamos así al menos cuatro izquierdas: una izquierda democrática, liberal, burguesa, connatural al sistema capitalista; una izquierda socialdemócrata, que quiere mejorar las condiciones sociales dentro de los marcos de ese mismo sistema; una izquierda social, que es crítica del capitalismo pero no le ve una alternativa, representada sobre todo por los movimientos sociales (el movimiento antiglobalización está dominado claramente por los keynesianos, como lo prueba su línea claramente reformista: el texto entre paréntesis es mío); y una izquierda socialista, opuesta al capitalismo, que propone una nueva organización de la sociedad.”
Actualmente la izquierda socialiberal, de abandonada matriz socialdemócrata, los excomunistas (pueden llevar el nombre comunista en su denominación) que abandonaron el marxismo, aunque periódicamente lo reivindican para satisfacer a una parte de sus bases situadas a la izquierda de la organización, y buena parte de la autodenominada “izquierda radical” –la de militancia social movimientista- recita los últimos gorgoritos del día de los Krugman, los Stiglitz,... y de sus respectivos delegados nacionales. El lector de cada país podrá poner el nombre que corresponda a esos discípulos de Keynes que pululan alrededor de las izquierdas sistémicas y dentro de ellas y que marcan sus partituras económicas y las letras musicales que ensalzan las leyes reveladas del maestro británico.
Las izquierdas keynesianas, muy mayoritarias en el conjunto de lo que culturalmente llamamos izquierdas, abogan por soluciones económicas de este tipo como alternativa a la crisis del capitalismo, aún a sabiendas de que no son viables al hacerlas imposibles la globalización, la ausencia de resortes reguladores de intervención y la carencia de poder de las instituciones políticas, porque si abandonaran a Keynes y a su apóstoles tendrían que asumir que la única posición coherente es lo que Marx nos recuerda de nuevo: la necesidad de una revolución socialista, hoy a escala mundial porque mundial es la crisis capitalista y es necesario oponer una fuerza tan poderosa como la formidable que aún mantiene el capital. Pero eso les obligaría a una autocrítica sobre la trayectoria que han seguido hasta ahora: unos social-liberales, otros reformistas, otros meros radicales coordinadores de movimientos antiglobalización en los que la Iglesia Católica, los movimientos tipo ATTAC y los que pretenden otra globalización “más justa” son la fuerza determinante.
Para las “izquierdas sistémicas” el keynesianismo es una cómoda parada a la espera de que la crisis capitalista escampe porque no creen que sea posible la revolución social y, probablemente, ni siquiera la deseen.
Esto explica la obsesiva y sistemática declaración de antineoliberalismo por una parte de esas izquierdas, sin aludir al capitalismo, como si lo que llaman neoliberalismo no fuera una de las muchas estrategias del capitalismo y una declaración de anticapitalismo vacía, por otro sector de las “izquierdas sistémicas” que, cuando se concreta en su programa económico, es puro destilado Keynes.
En su fuero interno aún confían en que sea posible una fase de recuperación económica mediante una etapa expansiva que permita abrir un ciclo de luchas reformistas y salariales que permita recuperar el nivel de vida perdido por los trabajadores y la restitución de un Estado del Bienestar que, en realidad, ha muerto para siempre.
Las izquierdas, si lo son, no necesitan en el momento actual presentar un programa económico de gestión de la crisis capitalista, que no podrán llevar a cabo porque la fuerza ya no está en las instituciones políticas, sino empezar a tomar en cuenta las palabras de la Secretaria General del Partido Comunista Griego (KKE), Aleka Papariga, seguramente uno de los que mejor está entendiendo la esencia real de la situación actual:
“Cuando decimos al pueblo que el sistema capitalista –refiriéndonos al sistema capitalista de Europa que ha cumplido todo su ciclo– hoy objetivamente no puede dar soluciones, que ha dado todo lo que podía dar, esto significa que no esperen que el KKE participe en el sistema político burgués, en un gobierno de gestión de un sistema que no puede dar nada.” (Entonces habla del derrocamiento del sistema, sugiere el periodista que la entrevista) “Por supuesto” (7)
Ignoran que cuando renuncian a preparar la revolución social, que cuando se centran en la demanda de reedición de un nuevo pacto social, que cuando emiten un discurso dirigido a las clases medias y el “ciudadanismo”, olvidando que los capitalistas han planteado una lucha de clases que nos lleva a la situación de la clase obrera en la Inglaterra de Engels, están abonando el terreno a cualquier salida progresista a la crisis, incluso reformista, porque han negado toda fuerza transformadora a un proyecto emancipador de los trabajadores. Y las banderas que no se levanten desde una izquierda revolucionaria se acabarán izando desde el color negro o pardo de los demagogos y oportunistas que agitarán un populismo reaccionario que ya no irá contra el capital, aunque lo haga nominalmente, sino contra aquellos sectores a los que sea posible satanizar –inmigrantes, minorías étnicas, mujeres, pobres y excluidos,...-para expresar una rabia colectiva que suelte presión a una olla que acabará por explotar.

NOTAS:
(1) En varios artículos he empleado la expresión “izquierdas sistémicas”. Hora es de que defina, siquiera provisionalmente y como primera aproximación al concepto, la misma.
Por “izquierdas sistémicas” entiendo aquellas cuyas identidades de origen se vieron metabolizadas por el pacto social tácito o expreso que establecieron con el poder económico y político en el proceso de creación y asentamiento de los Estados del Bienestar en los países centrales del capitalismo.
El desarrollo del Estado del Bienestar, a cuya edificación contribuyó el modelo keynesiano de estímulo a los mercados desde el Estado, exigía a cambio una paz social en lo sindical y político, paz social que fue garantizada por la socialdemocracia primero, buena parte de los partidos comunistas (fundamentalmente los de estrategia eurocomunista) después y, como última aportación desde finales de los años 90 del pasado siglo, de buena parte de la autodenominada “izquierda radical”.
De este modo, lo que en origen fue una izquierda de matriz marxista o influida por el marxismo, en mayor o menor medida, pasó lenta pero inexorablemente a integrar el keynesianismo como variante económica e ideológica de lo que Bernstein y otros reformistas habían postulado con anterioridad: que en el desarrollo del sistema capitalista la lucha pacífica de los trabajadores iría posibilitando la transición hacia el socialismo, ahora por la vía del bienestar. Lo cierto es que Keynes jamás pretendió el socialismo ni nada que se le pareciera sino la consecución de toda la potencialidad del capitalismo.
Pero el derribo y muerte del Estado del Bienestar a manos de un capitalismo globalizado que no necesita ni quiere un pacto social porque sabe que no tiene nada que temer de unas agónicas “izquierdas sistémicas” ha dado la puntilla definitiva a dichas teorizaciones y a las estrategias de mera acomodamiento al capitalismo de aquellas.
Es previsible que las “izquierdas sistémicas” desaparezcan con el propio Estado del Bienestar.
(2) http://dwt.oit.or.cr/images/stories/boletines/B4_informeMundialdeSalarios.pdf Datos oficiales de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)
(3) http://www.espai-marx.net/ca?id=1091
(4) Entrevista al economista Marcello De Cecco: “La FED debilitó nuestro sistema”: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-185275-2012-01-12.html
(5) http://online.wsj.com/article/SB124597417288857355.html#mod=2_1362_leftbox
(6) http://www.jornada.unam.mx/2012/01/02/opinion/013a2pol
(7) http://es.kke.gr/news/news2012/2012-01-05-sinentefxi-aleka/



Véanse también:

lunes, 14 de mayo de 2012

Un permanente estado de excepción económica

Slavoj Zizek






Hay una cosa que está clara: después de décadas de Estado del bienestar, cuando los recortes eran relativamente limitados y llegaban con la promesa de que las cosas pronto regresarían a la normalidad, estamos entrando ahora en un periodo en que un cierto tipo de estado de excepción económica se está convirtiendo en permanente, volviéndose una constante, un modo de vida. Trae consigo la amenaza de medidas de austeridad mucho más salvajes, recortes de beneficios, disminución de los servicios de salud y educación y un empleo más precario. La izquierda se enfrenta a la difícil tarea de enfatizar que estamos tratando de la economía política -que no hay nada «natural» en semejante crisis, que el modelo económico global existente descansa en una serie de decisiones políticas- mientras que simultáneamente debe ser plenamente consciente de que, en tanto que permanezcamos dentro del sistema capitalista, la violación de sus reglas origina, de hecho, una crisis económica, ya que el sistema obedece a una lógica pseudonatural propia. Por ello, aunque estemos entrando claramente en una nueva fase de aumento de la explotación, facilitada por las condiciones del mercado global (por la externalización, etc.), también debemos tener presente que viene impuesta por el funcionamiento del propio sistema, siempre al borde del colapso financiero.

Por ello sería inútil simplemente esperar que la actual crisis sea limitada y que el capitalismo europeo continúe garantizando un nivel de vida relativamente alto para un número cada vez mayor de personas. Realmente sería una extraña política radical aquella cuya principal esperanza es que las circunstancias continúen haciéndola inoperante y marginal. En contra de semejante razonamiento es como hay que leer el lema de Badiou, mieux vaut un désastre qu’un désêtre: mejor el desastre que dejar de ser; hay que asumir el riesgo de fidelidad a un Acontecimiento, incluso si el Acontecimiento acaba en un «oscuro desastre». El mejor indicador de la actual falta de confianza en sí misma de la izquierda es su miedo a las crisis. Una verdadera izquierda aborda una crisis con seriedad, sin ilusiones. Su punto de partida es que aunque las crisis son dolorosas y peligrosas, son inevitables y constituyen el terreno donde hay que librar y ganar las batallas. Por eso, hoy más que nunca, es pertinente el viejo lema de Mao Zedong: «Todo bajo el cielo está en completo caos; la situación es excelente».

La nuestra es la situación opuesta a la situación clásica de principios del siglo XX, en la que la izquierda sabía lo que había que hacer (establecer la dictadura del proletariado), pero tenía que esperar pacientemente el momento adecuado de ejecución. Hoy en día no sabemos qué es lo que tenemos que hacer, pero tenemos que actuar ahora, porque las consecuencias de la no-acción podrían ser desastrosas. Estaremos obligados a vivir «como si fuéramos libres». Tendremos que arriesgarnos a dar pasos en el abismo, en situaciones totalmente inapropiadas; tendremos que reinventar aspectos de lo nuevo sólo para mantener la maquinaria funcionando y conservar lo que estaba bien de lo viejo, la educación, la asistencia sanitaria, los servicios sociales básicos. En resumen, nuestra situación es como lo que dijo Stalin sobre la bomba atómica: no es para gente con nervios endebles. O como dijo Gramsci, la nuestra caracteriza una época que empezó con la Primera Guerra Mundial, «el viejo mundo está agonizando, y el nuevo mundo lucha por nacer: ahora es el tiempo de los monstruos».

sábado, 12 de mayo de 2012

El capital ficticio

Al final de los 70 y principio de los 80 surgió una nueva etapa capitalista: el capitalismo especulativo. Supuso una fuga de capitales desde los espacios productivos a los de la especulación, en forma de capital ficticio. El capital especulativo o capital ficticio se define como capital que posee valor monetario nominal y existencia como papel, pero que no posee base en términos de actividad productiva real o de activos físicos. El capital especulativo se apropia de un excedente para cuya producción no ha contribuido en nada; exige remuneración, sin contribuir en nada a la  creación de valor real.
La valorización especulativa de los activos genera ganancias ficticias. Mientras la burbuja especulativa se mantiene, no implica pérdidas para nadie. Los intereses de la deuda pública recibidos por el capital, si son financiados con incrementos de la propia deuda, constituyen ganancia para los propietarios del capital, sin que constituyan pérdida para ningún otro particular. El valor imputado a los bienes inmuebles en posesión de los bancos, mientras que no salen al mercado, tienen el valor que los bancos quieran darle. Si compro una mercancía por un precio superior al correspondiente a su valor, mientras no la consuma puedo seguir pensando que no he perdido valor en la compra, pero eso es una pura ilusión. La ganancia ficticia existe mientras se mantenga la valorización especulativa del activo, y desaparece si desaparece esa valorización. Desde el punto de vista de la sociedad, esas ganancias son puro humo. Cuando se propone hacer desaparecer el capital tóxico, los activos tóxicos, lo que se pretende es hacer real el capital ficticio y cobrarlo, obviamente a los trabajadores, por medio de impuestos o mediante obligaciones de deuda u otro tipo de ayudas públicas.
En la economía española, la inversión del sistema financiero en vivienda supuso un alivio para la insuficiente rentabilidad del capital y la escasez de oportunidades de inversión en la economía productiva. Pero la inversión especulativa precisa de dosis cada vez más altas, generando capital y ganancias ficticias, reinyectadas en un mismo circuito. Hasta alcanzar un punto en el que la distancia entre el valor real y el monetario del activo hace irreal la riqueza aparente. El pinchazo de la burbuja inmobiliaria ha dejado en manos del sistema financiero una parte importante de capital ficticio, que ahora carece de valor y que, por tanto, debe disminuir su valor nominal. También las familias se encuentran endeudas pagando créditos sobre viviendas que no valen lo que pagaron por ellas. Pero eso es parte del negocio del sistema financiero, que ahora puede seguir cobrando los intereses del gran volumen de capital prestado. El único inconveniente es que el pinchazo de la burbuja hace peligrar la devolución de los créditos y que los activos inmobiliarios en manos de los bancos pierden también su valor, disminuyendo su solvencia.
La importancia de los créditos puestos a disposición de los hogares con la finalidad de adquirir vivienda (con hipoteca) supera a los créditos en cualquier sector productivo (véase la siguiente gráfica). El crecimiento del crédito concedido a las familias no es para satisfacer la demanda de vivienda, sino que responde a unos precios cada vez mayores. Pero lo más destacable es que la segunda finalidad de los créditos otorgados corresponde a las actividades inmobiliarias, y la tercera finalidad a los concedidos al sector de la construcción.

El gran peso de la vivienda en los activos bancarios es una de las principales características del sector bancario español. Los análisis de la crisis bancaria española realizan una foto de la situación actual, olvidando que no es fruto del azar. La asignación de crédito es una de las principales funciones de la banca y un ámbito en el que las decisiones están sólidamente argumentadas. La banca favoreció una burbuja inmobiliaria como un procedimiento teóricamente eficiente para generar ganancias ficticias. El problema ha sido que el proceso especulativo se ha detenido de manera no controlada. Se trata ahora de establecer el máximo control sobre la pérdida de valor del capital ficticio, con el objetivo de que sea absorbida por el sector público o, en último término, por los trabajadores.
En la siguiente gráfica se muestra la evolución de los créditos dudosos según diversos conceptos (todos los datos tienen como fuente el Boletín Estadístico del Banco de España). El sector de actividades inmobiliarias ha pasado de tener 1.599 millones de euros en créditos dudosos en 2007, a 62.366 millones a finales de 2011. Esto representaba en 2007 un 0,53% de los créditos concedidos a actividades inmobiliarias y un 20,9% a finales de 2011. Si a esto se le añaden los créditos dudosos en el sector de la construcción (1.111 millones en 2007, representando un porcentaje de riesgo del 0,72%, y 17.393 millones en 2011, un porcentaje de riesgo del 17,66%) y los de los hogares relacionados con vivienda (4.495 millones en 2007, un riesgo del 0,72%, y 18.285 millones en 2011, con un riesgo del 2,79%), la banca española puede tener alrededor de 98.044 millones de euros en créditos dudosos asociados a la vivienda, que representan un 9,3% de los créditos concedidos a esta función.


Los créditos dudosos son sólo parte del problema de la banca española. El porcentaje de riesgo (créditos dudosos sobre los concedidos) de los créditos a los hogares para adquisición de vivienda (con hipoteca) es bajo (2,74% en 2011). Esta es una de las cifras que hace suponer que la información que ofrece la banca sobre la solvencia de sus activos puede ser inexacta. Con la caída del PIB y el incremento del paro afectando a los hogares españoles, es poco creíble que sólo el 2,74% de las hipotecas sobre vivienda se definan como de dudoso cobro. Adicionalmente, por tanto, el problema no son sólo los créditos dudosos, ha surgido la duda del valor de todos los activos inmobiliarios de los bancos. En la complejidad de las finanzas capitalistas parece difícil saber cuándo los activos son reales, son financieros o cuándo son puramente ficticios.
La expansión financiera se ha basado en el capital ficticio y las inyecciones de liquidez y las ayudas públicas a la banca no tienen como objetivo solucionar un problema de liquidez o de solvencia. La banca no está dispuesta a asumir las pérdidas  generadas en el estallido de la burbuja y para ello precisa del sector público. La nacionalización de las pérdidas (como en el caso de Bankia), la creación de sociedades inmobiliarias (como en la actual reforma)  o las ayudas públicas (no sólo ayudas directas, sino en forma de incentivos fiscales, avales, bonos convertibles en acciones,…) son los instrumentos que pone el gobierno a disposición de la banca. Todas ellas son formas más o menos sutiles de trasladar las pérdidas del capital ficticio a los trabajadores.

viernes, 4 de mayo de 2012

Más allá de la crisis

Conferencia de Josep Fontana (febrero de 2012).



"La gran divergencia es el proceso por el cual se produjo un enriquecimiento considerable del 1% de los más ricos y el empobrecimiento de todos los demás. Los resultados a largo plazo de la gran divergencia, que se iniciaba en los Estados Unidos y en Gran Bretaña en los años setenta y se extendió después a Europa, transformaron profundamente nuestras sociedades. Las consecuencias de una inmensa redistribución de la riqueza hacia arriba no sólo se han manifestado en el empobrecimiento relativo de los trabajadores y de las clases medias, sino que han dado a los empresarios una influencia política con la cual, a partir de ese momento, les resulta cada vez más fácil fijar las reglas que les permiten consolidar su poder. Esta redistribución hacia arriba no es el resultado natural del funcionamiento del mercado, como se pretende que creamos, sino el de una acción deliberada. Su origen es netamente político.

Es por eso que necesitamos evitar el error de analizar la situación que estamos viviendo en términos de una mera crisis económica -esto es, como un problema que obedece a una situación temporal, que cambiará, para volver a la normalidad, cuando se superen las circunstancias actuales-, ya que esto conduce a que aceptemos soluciones que se nos plantean como provisionales, pero que corre el riesgo de que conduzcan a la renuncia de unos derechos sociales que después resultarán irrecuperables. Lo que se está produciendo no es una crisis más, como las que suceden regularmente en el capitalismo, sino una transformación a largo plazo de las reglas del juego social, que hace ya cuarenta años que dura y que no se ve que haya de acabar, si no hacemos nada para lograrlo. Y que la propia crisis económica no es más que una consecuencia de la gran divergencia".