Éric Toussaint
Texto extraído de:
Daniel Millet y Éric Toussaint (dirs.)
Icaria, octubre de 2011.
Págs. 37-40
Casi todos los dirigentes políticos, ya sean de la izquierda
tradicional o de la derecha, ya sean del Sur o del Norte, confiesan una
verdadera devoción por el mercado, y en particular por los mercados
financieros. En realidad, habría que decir que ellos han creado una verdadera
religión del mercado. Cada día, en todas las casas del mundo que tienen
televisión o internet, se celebra una misa dedicada al dios Mercado durante la difusión
de la evolución de las cotizaciones de la Bolsa y de los mercados financieros.
El dios Mercado envía sus señales a través del periodista económico o del
comentarista financiero. Esto sucede no sólo en los países más industrializados
sino también en la mayor parte del planeta. En Shangai o en Dakar, en Río de
Janeiro o en Tombuctú, podemos recibir “las señales enviadas por los mercados”.
Por ejemplo, en Europa, todo el mundo sabrá por la mañana cómo han evolucionado
en el transcurso de la jornada el índice Nikkei de la bolsa de Tokio, a pesar
de que esto no le concierne a casi nadie: las pocas personas que lo estuvieran
son mantenidas al corriente por otros medios diferentes a la información de un
programa continuo de radio… En todas partes, los gobiernos han llevado a cabo
privatizaciones y han creado la ilusión de que la población podría participar
directamente en los ritos del mercado (mediante la compra de acciones) y que
como contrapartida se beneficiaría si interpretaba correctamente las señales
enviadas por el dios Mercado. En realidad, la pequeña proporción que adquirió
acciones no tiene el más mínimo peso sobre las tendencias del mercado.
Los miles de millones
del culto
Dentro de algunos siglos, quizá se leerá en los libros de
Historia que, a partir de los años ochenta del siglo XX, hizo furor cierto
culto fetichista. La expansión así como el poder que llegó a tener dicho culto
tal vez se relacionará con los nombres de dos jefes de Estado: Margaret Thatcher
y Ronald Reagan. Se destacará que este culto se benefició desde sus inicios de
la ayuda de los poderes públicos (que se inclinaron voluntariamente antes ese
dios que les privaba de una gran parte de su poder de antaño). En efecto, para
que este culto encontrara cierto eco en las poblaciones, fue necesario que los
medios de propaganda públicos o privados le rindieran pleitesía cotidianamente.
Los dioses de esta religión son los Mercados financieros, a
los que se han dedicado templos llamados Bolsas, y a los que sólo son
convidados los grandes sacerdotes y sus acólitos. Al pueblo de los creyentes se
lo invita a entrar en comunión con sus dioses Mercados mediante la pantalla de
TV o del ordenador, el periódico, la radio o la ventanilla del banco.
Hasta en los rincones más recónditos del plantea, gracias a
la radio o la televisión, centenares de millones de seres humanos, a quienes se
niega el derecho a tener sus necesidades básicas satisfechas, son instados a
celebrar a los dioses Mercados, Aquí en el Norte, en la mayoría de los diarios leídos
por los asalariados, las amas de casa y los desocupados, existe una rúbrica del
tipo “dónde colocar su dinero”, a pesar de que una aplastante mayoría de
lectores y lectoras no cuenta ni con una acción en la bolsa. Se paga a los
periodistas para que ayuden a los creyentes a comprender las señales enviadas
por los dioses.
Para aumentar el poder de estos dioses sobre el espíritu de
los creyentes, los comentaristas anuncian periódicamente que éstos han enviado
señales a los gobiernos para indicarles su satisfacción o su descontento. Por
ejemplo, el gobierno y el Parlamento griegos, habiendo comprendido finalmente
el mensaje recibido, adoptaron un plan de austeridad de choque que hará pagar
la crisis a los de abajo. Pero los
dioses siguen descontentos con el comportamiento de Irlanda, de Portugal,
de España. Sus gobiernos también deberán llevar como ofrendas importantes
medidas antisociales.
Sacrificios en el
altar
Los lugares donde los dioses abruman con la manifestación de sus humores están en Nueva York, en Wall Street, en la City de Londres, en las Bolsas de París, de Frankfurt y de Tokio. Para medir su satisfacción se inventaron instrumentos que llevan nombres como de Dow Jones en Nueva York, Dax en Frankfurt, IBEX en España. Para granjearse la benevolencia de los dioses, los gobiernos sacrifican los sistemas de seguridad social en el altar de la Bolsa, y además privatizan.
Valdría la pena preguntarse por qué a estos simples
operadores se les ha otorgado esta dimensión religiosa. Ellos no son ni
desconocidos ni meros espíritus. Tienen nombre y domicilio: son los principales
dirigentes de las 200 transnacionales más grandes que dominan la economía
mundial con la ayuda del G7 y la complacencia del G20, y de instituciones tales
como el FMI –que volvió al centro del escenario gracias a la crisis después de
haber pasado un tiempo en el purgatorio. También actúan el Banco Mundial y la
Organización Mundial de Comercio. Aunque ésta no esté en su mejor momento,
nadie sabe si, de nuevo, puede ser la elegida de los dioses. Los gobiernos abandonan
los medios de control que tenían sobre los mercados financieros. Dominados por
los inversores institucionales (grandes bancos, fondos de pensiones, compañías
de seguros, hedge funds,…), los gobiernos
les donaron o prestaron billones de dólares para que pudieran cabalgar de
nuevo, después del desastre de 2007-2008. El Banco Central Europeo, la Reserva
Federal estadounidense, el Banco de Inglaterra prestan diariamente, con un tipo
de interés inferior a la inflación, enormes capitales que los inversores
institucionales se apresuran a utilizar especulando contra el euro, contra las
tesorerías de los estados, en el mercado de bienes primarios…
Actualmente, el dinero puede atravesar fronteras sin ningún
control ni imposición fiscal. En el mercado de divisas, cada día circulan en el
mundo cuatro billones de dólares que se saltan las fronteras. Sólo menos del 2%
de esta suma se utiliza directamente en el comercio mundial o en inversiones
productivas. Más del 98% restante se dedica a operaciones especulativas, en
especial sobre las monedas, los títulos de la deuda, las materias primas o los
alimentos.
Debemos terminar con la trivialización de esta lógica de la
muerte. Se necesita crear una nueva disciplina financiera, expropiar a este
sector y ponerlo bajo el control social, gravar con fuertes impuestos a los
inversores institucionales que primero provocaron la crisis y después se
aprovecharon de ella, auditar y anular las deudas públicas ilegítimas,
instaurar una reforma fiscal redistributiva, reducir radicalmente el tiempo de
trabajo con el fin de poder contratar masivamente, pero sin disminuir los
salarios, etc. En dos palabras, comenzar a poner en marcha un programa
fundamentalmente laico. En resumen, anticapitalista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario