viernes, 27 de abril de 2012

Ahora el crecimiento, lecciones del capital monopolista de los sesenta

John Bellamy Foster
Extraído de: Paul Sweezy y el capital monopolista, en Entender el capitalismo. Douglas Down ed. Edicions bellatera, 2003.


El dilema básico de la acumulación bajo el capitalismo monopolista era que los obreros, que eran la inmensa mayoría de la población en los países ricos, tenían escaso o ningún acceso a los excedentes económicos en forma de beneficios, intereses y renta. Los ingresos de los obreros eran casi exclusivamente salariales. La mayoría de los obreros vivía al día, y el cheque del sueldo le llegaba justo para enlazar con el siguiente (aunque a veces podía hacer compras importantes a crédito) y no podía ahorrar. Por lo tanto, los obreros gastaban lo que ingresaban en cubrir sus necesidades o en lo que algunos economistas llamaban “bienes salariales”.
En cambio, los capitalistas podían acceder a los excedentes económicos, y tenían como principal objetivo la acumulación de excedentes aún mayores. Gastaban una pequeña cantidad de sus ingresos totales en artículos de lujo para su consumo privado, pero, básicamente, trataban de garantizarse el incremento de su riqueza a través de la inversión en bienes de producción, en nueva capacidad productiva. Pero esto planteaba un dilema: si todos los excedentes orientados a la inversión se invertían en nueva capacidad productiva (nuevas fábricas y equipo), esa nueva capacidad, una vez canalizada, resultaría en una capacidad total para producir bienes que podía perfectamente exceder a la demanda final, provocando la superproducción, el descenso de los precios y la rápida disminución de los beneficios. Con el fin de evitar tal situación y la reducción de los precios, que amenazaría los márgenes de beneficios, el capital monopolista reducía los niveles de producción, aumentando la cantidad normal de capacidad productiva inactiva e invirtiendo con suma prudencia. Sin embargo, todo esto significaba que el excedente que el sistema podía producir, real y potencialmente, solía superar la capacidad para absorberlo. Como consecuencia de ello se propiciaba un ritmo de crecimiento económico muy por debajo del potencial.
La mayoría de las nuevas industrias afrontaron la conmoción de una encarnizada competencia, en la que los precios tendían a caer y la inversión adoptaba un carácter sumamente dinámico. No obstante, una vez que tales industrias hubieran “madurado”, creando más capacidad productiva de la que normalmente podían utilizar, la inversión tendía a caer. Y la inversión que se realizaba salía cada vez más de los fondos de amortización con una nueva inversión neta relativamente escasa. Además la naturaleza de la industrialización era tal que, en las economías muy desarrolladas, un sector cada vez mayor de la industria consistiría en mercados maduros en este sentido.
Así pues, el estancamiento que caracterizó a los años treinta no fue simplemente una anomalía, sino que reflejaba las condiciones profundamente imbricadas en las leyes del movimiento del capitalismo en su fase monopolista.  ¿Cómo se las había ingeniado la economía estadounidense para seguir en expansión durante dos décadas sin ninguna crisis importante? Una serie de factores compensatorios habían contribuido a impulsar la economía: 1) el estímulo, que marcó toda una época, aportado en los años cincuenta por una segunda gran oleada de automoción en Estados Unidos (que ha de ser entendida como un fenómeno que abarcó también la expansión de las industrias del acero, el cristal, el caucho y el petróleo, la construcción de las redes de autopistas y el estímulo aportado por la suburbanización); 2) el gasto militar propio de la guerra fría, incluyendo dos guerras “calientes” en Asia; 3) la creciente y ruinosa influencia de las campañas de ventas en la producción y 4) la enorme expansión de la superestructura financiera de la economía capitalista, hasta el punto de que empezó a dejar en mantillas a la propia producción. A través de estos medios la economía estadounidense logró absorber los excedentes y, por lo tanto, atajar una severa crisis económica.
Sin embargo, todos estos factores compensatorios tenían sus propios límites, o producían contradicciones adicionales para la sociedad capitalista monopolista. La automoción representaba un cambio en toda la base geográfica de la economía; y una vez que estos efectos se hubieron materializado el proceso se ralentizó. Además, no parecía que asomase por el horizonte ninguna otra innovación que hiciese época a semejante escala –incluso la revolución digital de las últimas décadas ha sido pequeña, en comparación, por lo que se refiere a la inversión global. Los enormes gastos militares indujeron a Estados Unidos (unos gastos que en la actualidad equivalen a casi un tercio del gasto militar en todo el mundo) al militarismo global y al imperialismo, y a la búsqueda de nuevas justificaciones para un enorme y creciente presupuesto armamentístico una vez concluida la guerra fría. La penetración de las campañas de ventas en los procesos de producción provocaba una superproducción superflua (embalaje innecesario, productos inútiles, productos desechables, además de la obsolescencia planificada dentro del propio proceso de producción). Como es natural, esto no dejaba de afectar a los costes empresariales y a la competencia. El vertiginoso crecimiento de la superestructura financiera de la economía capitalista, junto al relativo estancamiento de su base productiva, sólo podía contribuir a la incertidumbre y a la inestabilidad de las economías capitalistas a nivel mundial.
Las tres tendencias más importantes en la reciente historia del capitalismo eran: 1) la ralentización del ritmo general del crecimiento; 2) la proliferación a nivel mundial de multinacionales monopolistas u oligopolistas; y 3) la financiarización del proceso de acumulación de capital. El sistema de producción para obtener beneficios en el mercado sigue siendo lo que organiza la producción. Pero la mano que lo mueve ya no es invisible y las decisiones ya no se toman sin planificarlas. Resulta cada vez más obvio que la mano es la mano rectora de unas cuantas multinacionales gigantescas que mueven el mercado a su antojo, y planifican el uso de los recursos del mundo para ganar dinero en lugar de para hacer frente a las necesidades. Ni las tendencias monopolistas del capitalismo, ni sus divisiones imperialistas, resultan en modo alguno superadas por la nueva globalización.

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