martes, 31 de enero de 2012

El default como contrapoder a la especulación financiera

13-08-2011






En los comentarios de la mayor parte de la prensa y en las declaraciones de los políticos y los llamados expertos, un fantasma (o más bien una pesadilla) recorre Europa. No es el fantasma del comunismo, sino más bien la pesadilla de los mercados financieros. Todos están pendientes de su respuesta, moderno oráculo capaz de condicionar e influir en las vidas de millones de personas, hacer caer un gobierno, forzar elecciones anticipadas o provocar la firma de documentos y pactos sociales de otro modo poco creíbles entre firmantes igualmente sin credibilidad.

El biopoder de los mercados financieros ha aumentado considerablemente con la financiación de la economía. Si el producto interior bruto mundial en 2010 ha sido de 74 billones de dólares, las finanzas lo superan: el mercado de obligaciones mundial vale 95 mil billones de dólares, las bolsas de todo el mundo 50 mil billones de dólares, y los derivados 466 mil billones. Conjuntamente (sin contar las actividades del mercado de valores y de crédito), estos mercados mueven una cantidad de riqueza ocho veces mayor que el producido en términos reales por la industria, la agricultura y los servicios. Este proceso, además de desplazar el centro de la valorización y de la acumulación capitalista de la producción material a la inmaterial y de la explotación del trabajo manual al cognitivo, ha dado origen a una nueva “acumulación primitiva”, que, como todas las acumulaciones primitivas, se caracteriza por un alto grado de concentración.

Por lo que respecta al sector bancario, en 1984 los diez primeros bancos del mundo controlaban el 26% del total de la actividad, con el 50% en manos de 64 bancos y el otro 50% repartido entre los 11.837 restantes bancos más pequeños. Los datos de la Reserva Federal nos dicen que de 1980 al 2005 se han llevado a cabo cerca de 11.500 fusiones, una media de 440 al año, reduciéndose el número de bancos a menos de 7.500. En el primer trimestre de 2011, cinco SIM (Sociedades de Intermediación Inmobiliaria: JP Morgan, Bank of America, Citibank, Goldman Sachs, HSBC Usa) y cinco bancos (Deutsche Bank, UBS, Credit Suisse, Citycorp-Merrill Lynch, BNP-Parisbas) han obtenido el control sobre más del 90% del total de los títulos derivados: SWAPS sobre las tasas de cambio, los CDO (Collateral debt obligations) y los CDS (Collateral defauld swaps). Fuente: http://occ.gov/topics/capital-markets/financial-markets/trading/derivatives/dq111.pdf

En el mercado de valores, las estrategias de fusiones y adquisiciones han reducido significativamente el número de las sociedades cotizadas. En 1984 las primeras diez sociedades con mayor capitalización bursátil, equivalente al 0,12% de las 7.800 sociedades registradas, detentaban el 41% del valor total, el 47% de los ingresos totales y el 55% de las ganancias registradas. En 2011, estos porcentajes se han mantenido casi inalterados, con la diferencia que tres de ellas (Merrill Lynch, Lehman Brothers y Goldman Sachs) se han fusionado a principios de 2008 o se han convertido en entidades bancarias (por ejemplo, la adquisición de Merrill Lynch por Citycorp) o, como en el caso de Lehman Brothers (y Bear Starney) han sido fallidas, favoreciendo así un ulterior proceso de concentración (Fuente: Reserva Federal).

En este proceso de concentración, el principal papel está en manos de los inversores institucionales (término con el que se indican todos los operadores financieros -las SIM, los bancos, las aseguradoras- que gestionan las inversiones financieras por cuenta de terceros: son hoy los que en los años 30 Keynes definía como los “especuladores profesionales”. En 1984, en relación con el mercado de los EE.UU., el valor de sus títulos, ascendía a cerca de 2,6 mil millones de dólares. A finales de 2007, según datos de la Reserva Federal, los inversores institucionales manejaban títulos por un valor nominal equivalente a 39 mil millones, el 68,4% del total. Es importante señalar que este porcentaje ha aumentado durante el último año, especialmente después de la difusión de los títulos de deuda soberana. Por ejemplo, en cuanto a la deuda pública italiana, alrededor del 87% está en manos de inversores institucionales, por encima del 60% en el exterior (a diferencia de lo que ocurre en Japón).

A partir de estos datos, podemos argumentar que en realidad los mercados financieros no son algo etéreo y neutral, sino que son una expresión de una precisa jerarquía: lejos de ser competitivos (creencia aparentemente confirmada por la alta flexibilidad de los “precios”, flexibilidad que está sin embargo en la base de las ganancias), se confirman como fuertemente concentrados y  oligopólicos: una pirámide, donde se ve, en la parte superior, a los pocos operadores financieros capaces de controlar más del 70% de los flujos financieros globales y, en la base, una miríada de pequeños ahorradores que tienen una función puramente pasiva. Esta estructura de mercado permite que unas pocas sociedades (en particular las diez, entre SIM y bancos citados anteriormente) sean capaces de dirigir y condicionar las dinámicas del mercado. Las agencias de calificación (a menudo en connivencia con las mismas sociedades financieras), además, ratifican, de manera instrumental, las decisiones oligárquicas que se toman una y otra vez.

Después de la crisis de las subprime en 2008-09, a partir de 2010, la especulación financiera ha puesto su punto de mira en las políticas del estado de bienestar. Su carácter de biopoder se ha acentuado aún más, incidiendo directamente sobre las formas de vida. Todo esto no puede extrañar, desde el momento que es precisamente la producción de los servicios sociales e inmateriales (salud y medicina-farmacéutica, educación, investigación, explotación de recursos naturales, comunicación y lenguajes, biogenética) el objetivo principal de la producción de plusvalía.

Lo que está sucediendo en las últimas semanas es la más clamorosa confirmación. El mecanismo especulativo se desarrolla según las siguientes fases, con variaciones en función del tipo de actividad financiera objeto de la atención especulativa.

Fase 1. En situaciones de extrema incertidumbre e inestabilidad (por tanto, en situaciones de normalidad financiera), algunos sectores (en referencia a los títulos privados) o algunos sistemas  de welfare (en relación a los títulos soberanos) pueden convertirse en objeto de interés especulativo, gracias a la presencia de algunos factores concomitantes que pueden acentuar la volatilidad. Esta volatilidad puede ser al alza (como, por ejemplo, en el caso de los títulos derivados del petróleo, durante el verano-otoño de 2010, o durante el nacimiento y desarrollo de un acuerdo financiero que da origen a una burbuja especulativa) o a la baja, como en la situación actual.

Fase 2. La intervención de las agencias de calificación, rebajando o aumentando la evaluación de riesgos utilizando parámetros ficticios, tiene como objetivo certificar oficialmente una situación de pánico o de euforia. En el caso de la deuda soberana (welfare), se trata siempre de situaciones de emergencia. Es difícil identificar el verdadero nexo de causa y efecto entre la rebaja de calificación de la deuda soberana y el inicio de su pérdida de valor. El punto, denunciado verbalmente en repetidas ocasiones, pero nunca seriamente afrontado en la agenda de los llamados “reformadores” de los mercados financieros (por ejemplo, el Foro de Estabilidad Financiera, dirigido por el nuevo gobernador del Banco Central Europeo, Mario Draghi), es la elevada connivencia entre las agencias de calificación y los grandes inversores institucionales, que frecuentemente solapan sus cargos en los Consejos de Administración, así como tienen intereses cruzados. En este sentido, la reciente rebaja de los bonos de los EE.UU. puede representar una prueba decisiva. Sea como sea, una vez inducida la fase de emergencia, se inicia la disminución del valor del título. Los primeros en vender son precisamente los grandes inversores institucionales. Por ejemplo, en los seis primeros meses de 2011, Deutsche Bank (entre las diez potencias financieras del mundo) ha reducido en un 88% su exposición sobre los bonos del estado italiano, reduciendo su cartera de valores de 8 mil millones a finales de 2010 a 997 millones de en la actualidad (fuente: Financial Times), dando lugar al incremento en el diferencial entre los bonos italianos y los alemanes a diez años. Esta política de ventas ha afectado anteriormente a Grecia y también a otros países europeos, con reducciones a la exposición sobre Portugal, Italia, Irlanda, España y Grecia de casi el 70%. Cabe señalar que dichas ventas, llevadas a cabo escalonadamente, han precedido a los colapsos efectivos que dichos títulos han manifestado después realmente. En realidad, tal afluencia masiva de ventas se traduce inmediatamente en la caída de los precios de los bonos en cuestión, y por lo tanto en un incremento del “rendimiento” que deben garantizar para refinanciar la deuda nacional. De ello se sigue la ampliación de la diferencia de las tasas de interés con análogos títulos soberanos, considerados más seguros y menos volátiles (por lo general los bonos alemanes, americanos y japoneses, que aun teniendo una relación deuda/pib de más del 200% colocan más del 80% de sus propios títulos en manos nacionales).

Fase 3. Una vez proclamada la fase de emergencia, se debe correr a cubierto. En este caso, los Estados-nación se ven más o menos obligados a tomar medidas de control de la deuda pública y por tanto reducir el estado de bienestar en nombre de los dictados del pensamiento neo y social liberal, en función del color de los gobiernos, que se traducen, como sabemos y ya hemos analizado, en una reducción de la intervención pública y en el desmantelamiento de la protección social. Y no solo esto. El Banco Central Europeo se ve forzado, más allá de las disputas  nacionalistas entre Francia y Alemania, a intervenir para introducir moneda ex nihilo con el fin de permitir el pago de las cuotas de interés. En el caso de Italia y España, siendo los dos países “demasiado grandes para quebrar”, el riesgo de default ha de evitarse por completo, aunque la situación de emergencia siga dándose como posible y los mercados financieros puedan seguir especulando.

Se trata, mutatis mutandis, del mismo riesgo corrido por los EE.UU. En las últimas semanas, para Italia y España, la emergencia ha funcionado, para los EE.UU., aún habiéndose evitado el riesgo de “técnico”, la presión especulativa parece que está comenzando ahora con la rebaja de Standard & Poor’s. Una confirmación más de cómo los mercados financieros son mucho más fácilmente maniobrables de cuanto pueda imaginarse y tienen mucho más poder que cualquier Estado-nación.

Fase 4. Una vez que la situación ha llegado al punto justo, siempre por la decisión de los inversores institucionales que condicionan a los mercados financieros, y se considera que los bonos soberanos han alcanzado la rebaja oportuna y una vez que han sido tomadas las medidas de política económica adecuadas en beneficio de los mercados financieros, la emergencia cesa como por arte de magia. Las compras comienzan, las bolsas se disparan y los inversores institucionales empiezan a comprar deuda soberana a valores mínimos. A los pocos días las ganancias de obtenidas son considerables. Se estima que después del primer ataque especulativo a mediados de julio contra de los títulos italiano, griego y español, con caídas de las bolsas de las principales plazas financieras de más del 7,8%, después del plan europeo de intervención extraordinaria de más de 110 mil millones de en apoyo a Grecia, la recuperación ha sido tal para los índices bursátiles que han vuelto a los valores anteriores, con ganancias que han alcanzado niveles récord en unos pocos días, hasta para permitir a Goldman Sachs disfrutar de mayor liquidez que la mismísima Reserva Federal americana.

Cuando se especula a la baja, el momento tópico es, por tanto, la reversión de los índices bursátiles. Ese momento depende de muchos factores: en primer lugar, del grado de connivencia entre las sociedades financieras hegemónicas y, en segundo lugar, de las medidas que se tomen por las autoridades monetarias (BCE) y los gobiernos nacionales más sometidos a las presiones especulativas. Los recientes casos de EE.UU. y Europa son de manual. El riesgo de default “técnico” de los EE.UU. ha desviado temporalmente la atención de la presión especulativa sobre los países europeos a una mayor deuda pública. No obstante, ninguno de los principales especuladores ha creído nunca en la posibilidad de un default americano. Este riesgo, sin embargo, ha obtenido los resultados esperados, imponiendo restricciones sobre el presupuesto público americano en materia de gasto social y favoreciendo el incremento de liquidez monetaria para apoyar a los mercados financieros. No es muy diferente la situación europea. Los distintos gobiernos europeos, sometidos a presiones especulativas, han adoptado políticas fiscales de “sangre, sudor y lágrimas”. Algunos, como España, han decidido convocar elecciones anticipadas, para intentar así disuadir la presión especulativa en la perspectiva de una victoria electoral de fuerzas más conservadoras. Otros, como Italia, han puesto en marcha medidas restrictivas de gran alcance, pero con efecto no inmediato sino en el bienio 2013-14 (paquete fiscal de 80 mil millones de dólares, de los cuales más del 70% se concentra, precisamente, en el período 2013-14, una vez terminada la actual legislatura). Después de la intervención en apoyo a Grecia y de la decisión del BCE de comprar en el mercado secundario títulos públicos principalmente bonos españoles y portugueses, no es sorprendente que el objetivo más lucrativo de la presión especulativa sea Italia, independientemente de su situación económica (que de todos modos no es de las mejores, especialmente en términos de distribución de la renta y capacidad de inversión). Las expectativas especulativas están centradas en una nueva intervención del BCE, capaz de inyectar nueva liquidez con el fin de revitalizar los mercados financieros, o en la redefinición de los paquetes fiscales. Y estas medidas no se han hecho esperar.

El BCE, por el momento (8 de agosto de 2011), aún no se ha mostrado en disposición de una intervención extraordinaria para España e Italia, al igual que en varias ocasiones sí ha llevado a cabo para Grecia, Irlanda y Portugal. Se ha limitado solamente a declarar la compra de un mayor número de títulos italianos. El gobierno italiano, dentro de una reencontrada concertación social (quizá todavía más peligrosa que la especulación financiera) se ha apresurado a aceptar los dictados de los mercados financieros: anticipo de la mayor parte del paquete presupuestario anual con el presupuesto equilibrado no ya en el 2014 sino en el 2013; inclusión en la Constitución de la obligación de equilibrar el presupuesto público, tal como queda sancionada en el art. 105 del Tratado de Maastricht a nivel europeo la vinculación de una tasa de inflación no superior al 2%; desmantelamiento y privatización del estado de bienestar. Estas medidas serán acompañadas después por un ulterior proceso de liberalizaciones y de precarización del mercado de trabajo, pidiendo más sacrificios a las partes sociales, en nombre de la emergencia nacional. Como ya hemos argumentado en otra ocasión (http://uninomade.org/la-farsa-dellemergenza-economica-parte-ii/), el logro de estos objetivos es casi imposible: ya lo era en un período más largo, mucho menos en un período aún más corto y más con una carga de intereses acrecentada en el último mes de alrededor de 2,8 millones de euros tras el aumento de las tasas de interés más altas en las últimas semanas (ver Francesco Daveri: http://www.lavoce.info/articoli/pagina1002486.html).

Los grandes inversores institucionales saben perfectamente todo esto. La consecución de un presupuesto equilibrado en Italia o en otros países europeos no les interesa. Lo que les interesa es, en primer lugar, que el espacio para la especulación financiera a la baja se permanezca siempre abierto y, en segundo lugar, que la nueva liquidez fluya continua y constantemente inyectada en el circuito de los mercados financieros, a fin de aumentar la solvencia de las transacciones.

Finalmente, en tercer lugar, que se garantice el pago de las cuotas de interés. Por tanto, la actividad especulativa siempre está en acción. Si temporalmente no interviene en Europa, siempre puede intervenir sobre el mercado valores o los derivados de las materias primas o sobre los títulos del estado americano (como parece ahora evidente, vista la degradación de la deuda de EE.UU. por parte de Standard & Poors en estos días) o viceversa. Se trata de un mecanismo que nada tiene de parasitario, al contrario. Dado que ya no están vigentes los acuerdos de Bretton Woods, los mercados financieros establecen de modo independiente y supranacional el valor de la moneda, sobre la base de las jerarquías y las expectativas que los especuladores institucionales determinan cada vez. La ubicuidad de los mercados financieros sobre la vida económica y social de los habitantes de la tierra (desde los campesinos del Sur a los trabajadores y a los precarios del Este y Occidente, de los estudiantes a los migrantes) es tal que el acceso a porciones (cada vez más decrecientes) de riqueza está condicionado directamente e indirectamente por los efectos distributivos y deformantes que los mismos mercados financieros generan. Aquí está su biopoder y su governance. Cada euro de ganancia generada virtualmente en la actividad especulativa tiene consecuencias reales sobre la economía de alrededor de un 30% (según los datos del BRI), poniendo en marcha un multiplicador financiero que incide directamente sobre la capacidad de inversión y distribución de la renta que está en la base del actual proceso de acumulación. De hecho ese 30% es creación neta de dinero, al margen de cualquier forma de signoraggio estatal existente hoy en día. La producción de dinero por medio de dinero implica una nueva ley del valor y una nueva norma de explotación (ver http://www.ephemeraweb.org/journal/10-3/10-3index.htm) y este poder hace de los mercados financieros el centro de la valorización actualmente.

Frente a este contexto, es necesario trabajar para reducir el campo de acción de los mercados financieros: no mediante la ilusión de su reforma, sino mediante la constitución de un contapoder, capaz de erosionar su eficacia. Es necesario romper el circuito de la especulación financiera (sobre
todo cuando es a la baja) golpeando la fuente de sus beneficios, o favoreciendo la total devaluación de los títulos que están cada vez en el centro de la actividad especulativa. Este objetivo sólo puede lograrse a través de un instrumento: el impago de los intereses (o su dilación temporal) y la declaración del default (quiebra). De este modo, el instrumento mismo de la especulación sería menor: la deuda pública se convertiría en consecuencia en papel mojado, junk bonds o bonos basura. Los inversores institucionales especulan sobre el riesgo de default pero son los primeros que no lo quieren. Por supuesto, la especulación se desplazaría a otra parte, creando nuevas emergencias, pero al menos no tendría bajo su punto de mira el estado de bienestar, sobre todo si se persiguiese una estrategia de default controlado, o acompañada a nivel europeo y en coordinación con la Reserva Federal por una política común de gestión de la crisis, con el objetivo, no sólo para crear un fondo de intervención en apoyo de los países en dificultades, sino sobre todo emitir eurobonos capaces de sustituir la deuda soberana en default por tasas fijas de interés y controlar la libre circulación de capitales. De hecho, esta perspectiva ya ha sido experimentada parcialmente con Grecia. Precisamente, debido al riesgo de default, los bonos del estado griego han sido convertidos en bonos basura perdiendo más del 70% de su valor. Esta situación ha hecho necesario un plan extraordinario de intervención europea para evitar efectos negativos sobre el euro. Este plan, sin embargo, en vez de financiarse con la emisión de nuevos títulos garantizados por el BCE capaces de sustituir a los griegos a una tasa de interés determinado sobre la base de las tasas libor o del tipo oficial de descuento, se ha limitado a proporcionar la liquidez necesaria para que los bancos acreedores puedan compensar de alguna manera las pérdidas sufridas por la devaluación de los títulos. De esta manera, se ha proporcionado savia nueva a la especulación financiera. El derecho al default ya está en marcha. Esta es la única respuesta política adecuada, así que conviene tomar nota.



Copyright © 2010 Uninomade 2.0

Traducido por nemoniente


A grandes males...

Agustín García Calvo



Publicado en El País el 29-01-2012:

Grandes remedios? ¡No, por Dios! Eso sería sumamente peligroso: podría llegar a atentar contra el propio mal, y entonces ¿qué iba a ser del régimen del bienestar?

Los remedios de la crisis con que nos agobian son una ilusión, engaño y triste divertimiento.

Estoy hablando de lo que todo el mundo habla: de la actualidad política, o séase económica, de nuestros Estados, inquietante ciertamente, por no decir que desastrosa: es la que durante largos años se ha venido llamando crisis, que últimamente toca entre nosotros a las exigencias de la unión económica europea para con los países menos educados o bien regidos, y que en todo caso afecta justamente a los Estados desarrollados, sean los europeos, los unidos de América o el Japón, de tal modo que se trata evidentemente de un mal inherente al régimen del bienestar en que ha venido a parar el desarrollo.

Me paro aquí a hacer notar, por si hacía falta, la enorme desproporción (numérica, dineraria) de las medidas que políticos, financieros y economistas proponen, imponen a sus poblaciones y hasta ponen en práctica como buenamente pueden, frente a la magnitud de las faltas, necesidades, estropicios o agujeros que en la economía de los Estados se producen. Otros, más estudiosos que yo de las grandes cuentas y cifras, tienen que haberles hecho saber, aunque sea tímidamente, esa desproporción: que, sumados todos los importes de esos remedios que se han propuesto o aplicado, no podrían montar más que a una mísera fracción de los que las nuevas necesidades y desajustes de Estados, bancas o cualesquiera finanzas representan.

Sin cifras, el mero sentido común descubre que estas medidas o remedios que les sacan hoy los dirigentes son los mismos que se recordaban como propios del antiguo régimen: restringir gastos, apretarse, como decían, el cinturón, y hasta ahorrar, remedios ridículamente impropios para el régimen actual, que se mueve por una circulación dineraria sumamente alejada de las cosas palpables y por el despilfarro y producción de objetos no pedidos ni dirigidos a más consumo que su compra. De manera que, si algo de humor le dejaran vivo a la gente, se reiría de esas medidas y remedios como de una cataplasma aplicada a un cáncer.

Está claro, salvo para quien tenga interés en no verlo, que el mal pertenece al propio régimen actual del mundo desarrollado, el del poder entregado al movimiento del dinero.

Sería una buena ocasión de reconocer que este régimen, con todo su enorme éxito y por la calidad de su éxito justamente, era en su estructura y programa mismo una insensatez, una de las grandes insensateces que jalonan la historia de los seres ilusos que somos: pretender que eso de la vida que podía vivirse se puede cambiar tranquilamente por una dedicación de las personas (y las cosas) a venderse y comprarse unas a otras, y pretender que lo que pasa, está pasando o pueda pasar, se reduzca todo a tiempo, a futuro (que es lo solo con que el dinero sabe trabajar), y que ese futuro contado se tome como un sustituto de la vida y las posibilidades. Esa insensatez, por cierto, no se puede atribuir a ningún economista o mentes preclaras que la hayan inventado y la manejen: así como hoy día no pueden los entendidos en economía y finanzas dar razón de lo que le pasa al dinero (no entienden lo que pasa porque se creen que sí), así tampoco podemos achacarles la fundación ni dirección del régimen del dinero: es más bien el dinero el que, con sus ideas y teorías, los toma a su servicio para hacer de las suyas, esto es, para realizar las funciones que a él solo le corresponden.

Que los males que dan lugar a tantas quejas, arreglos y diatribas pertenecen al régimen mismo del dinero, el sentido común lo dice.

Sería poco amable pensar de mí que con esto estoy proponiendo como sola cura un cambio radical de régimen, un abandono del dinero. No es así. Pero eso no quita para que tenga sentido intentar que mucha gente del común reconozca que los remedios del mal con que los agobian y aburren son una ilusión, engaño y triste divertimiento.

Es cierto que este diario y los demás medios tienen que dedicar larga atención y espacio a esas medidas ilusorias y discusiones consiguientes: al fin y al cabo, la información es seguramente la industria más importante del régimen del bienestar, la que más capital mueve. Pero que ello no quite que, por algún resto vivo de imperfección y duda, se le pueda en este o los otros medios dedicar al sentido común un rinconcito.


viernes, 27 de enero de 2012

El Declive Americano: Causas y Consecuencias

al-Akhbar, August 24, 2011



El Declive Americano-Chomsky

traducción de: American Decline: Causes and Consequences

Cinco embustes sobre la deuda

Robert Skidelsky


20-01-2012


En primer lugar, los gobiernos, a diferencia de los particulares, no tienen que pagar sus deudas. El gobierno de un país con su propio banco central y su propia moneda, simplemente puede seguir endeudándose imprimiendo el dinero que se le prestó. Este no es el caso de los países de la eurozona. Sin embargo, sus gobiernos tampoco tienen que pagar sus deudas. Si sus acreedores (extranjeros) ejercen demasiada presión sobre ellos, lo único que tienen que hacer es dejar de pagarla. Una moratoria no es buena. Pero también hay vida después de una moratoria.
En segundo lugar, reducir deliberadamente el déficit no es el mejor camino para que un gobierno equilibre sus libros de contabilidad. La reducción del déficit en una economía deprimida no es el camino a la recuperación, sino a la contracción, ya que significa reducir la renta nacional de la que dependen los ingresos del gobierno. Esto hará que para el gobierno sea más difícil reducir el déficit, no más fácil. El gobierno británico ya debe pedir prestado 112.000 millones de libras (unos 160.000 millones de euros) más de lo que había planeado cuando anunció su plan de reducción del déficit en junio de 2010.
En tercer lugar, la deuda nacional no es una carga neta sobre las generaciones futuras. Incluso si da lugar a pasivos fiscales en el futuro (y parte de la deuda lo hará), éstos serán transferencias de los contribuyentes a los tenedores de bonos. Esto puede tener desagradables consecuencias distributivas. Sin embargo, tratar de reducir la deuda ahora sí que será una carga neta para las generaciones futuras: se reducirán los ingresos de inmediato, caerán los beneficios, se reducirán los fondos de pensiones, se cancelarán o pospondrán los proyectos de inversión, y no se construirán casas, hospitales y escuelas. Las generaciones futuras estarán peor, después de verse privadas de los bienes que de otra manera podrían haber tenido.
En cuarto lugar, no hay ninguna conexión entre el tamaño de la deuda nacional y el precio que el gobierno debe pagar para su financiación. Las tasas de interés que el Japón, los Estados Unidos, el Reino Unido y Alemania pagan por su deuda nacional son igual de bajas, a pesar de las grandes diferencias en sus niveles de deuda y en sus políticas fiscales.
Por último, los bajos costos de endeudamiento de los gobiernos no reducen automáticamente el costo del capital para el sector privado. Después de todo, las empresas que toman dinero prestado no lo hacen al rendimiento "sin riesgo" de, por ejemplo, los bonos del Tesoro de EE.UU., y la evidencia muestra que la expansión monetaria puede empujar hacia abajo la tasa de interés de la deuda pública, pero apenas tienen efecto sobre los nuevos préstamos bancarios a las empresas o los hogares. De hecho, la causalidad es la inversa: la razón por la cual las tasas de interés del gobierno en el Reino Unido y en otros lugares son tan bajas es que las tasas de interés para los préstamos al sector privado son muy altas.
Al igual que contra “el fantasma del comunismo” que recorría Europa, en el famoso manifiesto de Karl Marx, hoy en día “todos los poderes de la vieja Europa se han unido en una santa alianza para exorcizar” al fantasma de la deuda nacional. Pero los estadistas que tienen por objetivo liquidar la deuda, deberían recordar otro famoso fantasma, el fantasma de la revolución.


Artículo completo en castellano: ¿Cuán importante es la deuda?
Publicado en La Vanguardia, 26 de enero de 2012.
Artículo original en inglés: Does debt matter?

miércoles, 25 de enero de 2012

Un pacto salarial para el empobrecimiento de los trabajadores



El siguiente texto ha sido extraído del libro
Crisis de un capitalismo patrimonial y parasitario
Francisco Rodríguez Ortiz
Editorial Catarata, 2010.

"Cuando las autoridades comunitarias, los poderes políticos nacionales o el Banco Central Europeo (BCE) invocan la necesidad de unas mayores reformas estructurales para salir de la crisis actual, centran su discurso sobre la intensificación de las varias modalidades de flexibilidad regresiva en el mercado de trabajo, pese a que está sometido a cambios permanentes desde los años ochenta. Compaginar el retorno del crecimiento con la creación de empleo supondría una mayor flexibilidad laboral y salarial y un menor nivel de gasto social. Se cuestionan los pilares del modelo social europeo, especificidad destacada en el proceso de integración y dique de contención contra la crisis.
Pese a las continuas reformas, siguen siendo legión aquellos que opinan, desde las esferas del poder económico y político, que la inercia mostrada por los países de la zona euro provendrían de un exceso de intervencionismo (reglas y gasto público), de la existencia de mercados insuficientemente flexibles, así como del carácter “exagerado” de la protección social. Todo ello generaría una situación en la que el crecimiento real sería inferior al crecimiento potencial y requeriría ahondar en las reformas del mercado de trabajo para dotar a Europa de mayor productividad y competitividad. Se han alterado las prioridades del propio proceso de integración. En lugar de ser percibida la integración europea como un factor de crecimiento y de progreso social, pasa a ser utilizada, en tanto que parte central del proceso de mundialización, como coartada para emprender unos ajustes económicos regresivos. Pensada como fin en lugar de como medio, la moneda única tiende a generar unos ajustes socioeconómicos tanto más regresivos cuanto que se sustenta sobre una concepción reduccionista de la competitividad-precios y de los precios-salarios, lo cual conlleva la “necesidad” de mantener el paro a un nivel elevado, acudir a las formas más arcaicas de flexibilidad laboral y/o cuestionar el acervo social y desembocar en un menor crecimiento y en un ajuste económico de tipo deflacionista. La Europa de la moneda única es vivida cada vez más como un elemento de restricción económica y de sometimiento de la política a una lógica de mercado. Es más, según Blanchard, las cesiones de competencia en el ámbito comunitario serían una coartada perfecta y favorecerían que los gobiernos, sometidos a la tiranía democrática de las elecciones, emprendieran reformas estructurales del mercado de trabajo y de las instituciones de la protección social.
Los países europeos han potenciado, con anterioridad a la crisis, la estrategia no cooperativa de la desinflación competitiva. En lugar de ser monetaria, como en los años noventa, ha pasado a ser principalmente salarial y fiscal. Y todo apunta a que pretenden salir de la crisis añadiendo más restricciones en torno a la evolución de los salarios de los trabajadores de los países centrales. Estando sometida una parte creciente de la población a las adversidades del paro y de la precariedad laboral, habiéndose de desendeudarse y al no beneficiarse ya de un ficticio efecto riqueza, son muchas las incertidumbres que se ciernen sobre la evolución de la demanda. Al haberse agotado la posibilidad de dar continuidad a la misma, vía endeudamiento, no se antoja la mayor restricción salarial como la mejor alternativa para salir de una crisis que no sólo es financiera, con tendencia a apaciguarse, sino que se solapa con una crisis clásica de tipo keynesiano de insuficiencia de demanda solvente.
Los países europeos han primado la moderación salarial para contener la inflación, elevar la rentabilidad del capital y mejorar la retribución del accionista. Así , pese a que las partes más altas de las rentas salariales han mejorado al concederles muchas ventajas (stock options, primas de rendimiento, ventajas en especie, etc.), la parte de los salarios respecto al PIB ha disminuido en todos los países de la eurozona entre 1999 y 2007.
La moderación salarial pasaba a ser la única herramienta de política económica que les restaba a los países miembros de la eurozona toda vez que ya no podía depreciar su tipo de cambio, rebajar los tipos de interés o habían de perseguir el equilibrio presupuestario. Esta necesidad de una mayor restricción salarial se veía agudizada por la creciente competencia de los países emergentes y por el endurecimiento de la competencia intracomunitaria. Así, por ejemplo, Alemania ha apostado por el estancamiento de los salarios nominales, el recorte de las pensiones y la reforma fiscal del IVA, y de las cuotas patronales a la seguridad social. La subida de los tipos del IVA en Alemania puede ser interpretada como una política competitiva no cooperativa en Europa. No sólo se persigue elevar la recaudación fiscal y reducir el déficit público, sino que se pretende también mermar la competitividad de los productos importados en Alemania (equivalente dicha subida a un incremento de los impuestos a la importación), sin que ello tenga alcance alguno sobre los precios a la exportación. Además, al trasladarse, por lo menos parcialmente, esta subida de los tipos IVA a una rebaja de las cotizaciones a la seguridad social, los costes de producción eran recortados y mejoraba la competitividad de los productos alemanes. La economía alemana viene concediendo la primacía a la conquista de los mercados exteriores respecto del impulso de la demanda interna. Su elección competitiva no cooperativa contribuye a debilitar la intensidad del crecimiento en sus principales socios comerciales europeos.
Las empresas, una vez extraídas las consecuencias más perniciosas del exceso  apalancamiento financiero, se verán llevadas a recortar sus niveles de inversión, tanto más cuanto que la demanda interna es débil y seguirán proclives a profundizar en las deslocalizaciones. Las estructuras industriales europeas van a mostrar una cierta tendencia al anquilosamiento, tanto más cuanto que la estrategia de desinflación competitiva busca una mejora inmediata de la competitividad en términos de precios y de costes y no crea incentivos para la innovación.
Las desinflaciones salarial y social derivan pues de una concepción de la integración y de la competitividad que no estimula la cooperación, sino la competencia entre Estados miembros. A esto se le viene a añadir otro problema: lo que podría ser relativamente válido en el seno de los Estados miembros ha dejado de serlo en el seno de la Unión Monetaria Europea. Al ser limitados los intercambios de la zona euro con el resto del mundo, el dinamismo del crecimiento depende fundamentalmente de la demanda interna. La moderación salarial generalizada, en un contexto creciente de incertidumbre económica y de tendencia creciente al desendeudamiento de las familias, contribuye a desalentar dicha demanda.
En una pequeña economía, la demanda extranjera dirigida a los países es muy elástica respecto del precio. Al constituir en general más del 60% del PIB, una política de competitividad-coste resulta muy eficaz para un pequeño país. Pero, por razones simétricas, resulta de escasa eficacia en un país grande. La zona euro está abierta al comercio mundial en un 15% de su PIB y la demanda del exterior es muy poco elástica respecto a los precios. He ahí el motivo por el cual la política de competitividad-precio de Alemania no ha desembocado en un incremento significativo de la demanda mundial dirigida a la zona euro. Por el contrario, ha hecho perder partes de mercado en Europa a los grandes países europeos, España, Italia y Francia.
De proseguir Europa con el dogma de una política monetaria aferrada a la estabilidad de precios, la estabilidad presupuestaria y con el discurso de la ineficiencia del gasto social excesivo –que actúa como colchón ante los embates de la crisis, las desigualdades asociadas al proceso de integración europea sólo podrán aumentar y se acentuará el ajuste macroeconómico centrado en las reformas regresivas de las instituciones del mercado de trabajo. Es más, se puede hasta pensar que la coyuntura adversa va a ser aprovechada para reafirmar la necesidad de dotar a largo plazo las políticas macroeconómicas de un sesgo más restrictivo y para presentar como inevitable la adopción de reformas estructurales que acabarán ahondando en las desigualdades sociales, descafeinando aquellas trabas institucionales (subsidio de desempleo, salario mínimo, protección jurídica del empleo, …) que impedirían un funcionamiento “libre” y “eficiente” del mercado de trabajo. Los Gobiernos, los poderes económicos y sus turiferarios académicos aprovechan la coyuntura como coartada perfecta para culminar unas reformas estructurales que vienen persiguiendo desde largo tiempo y que reduce a mito la Europa social."
(Extractos de las págs. 45-56)

martes, 24 de enero de 2012

El acuerdo secreto de Geithner con los dirigentes de la Unión Europea




16-1-2012

Extraído de sinpermiso:



Los mercados de valores estadounidenses y extranjeros siguen zigzagueando salvajemente a la espera de despejar la incertidumbre sobre la supervivencia del euro y ante unas sufridas poblaciones que arrostran las consecuencias de las políticas de austeridad neoliberal impuestas a Irlanda, Grecia, España, Italia, etc. Voy a contarles la historia que me fue confiada por responsables económicos europeos en relación con los últimos episodios caóticos en Grecia y en otras economías europeas deudoras y presupuestariamente deficitarias. (Faltan los detalles, puesto que las negociaciones se han desarrollado en el más absoluto de los secretos: lo que sigue es, pues, una reconstrucción).

En otoño de 2011, resultaba evidente que Grecia no podría saldar su deuda pública. La UE sacó la conclusión de que había que depreciar esa deuda en un 50%. La alternativa a eso era la quiebra sobre el total de la deuda. Así que, básicamente, la solución para Grecia venía a reproducir lo que había ocurrido con la deuda latinoamericana en los 80, cuando los gobiernos substituyeron la deuda existente y los préstamos bancarios por bonos Brady, así llamados por el secretario del Tesoro de Reagan, Nicolas F. Brady. Esos bonos tenían un principal más bajo, pero al menos se consideraba seguro su cobro Y en efecto, se hicieron los pagos.

Esa quita griega del 50% parecía radical, pero los bancos europeos ya habían cubierto sus apuestas y subscrito seguros de impagos: los bancos norteamericanos se hacían cargo de buena parte de esos seguros.

En diciembre de 2011, un cuarto de siglo después de Brady, el secretario del tesoro de Obama, el señor Geithner, viajó a Europa para reunirse con los dirigentes europeos y exigirles que Grecia depreciara su deuda sobre la base de quitas voluntarias por parte de bancos y acreedores. Explicó que los bancos norteamericanos habían apostado a que Grecia no quebraría, y que, por lo mismo, su situación patrimonial neta era tan precaria que, si tenían que pagar por su mala apuesta, irían a la quiebra.



Según me contaron los banqueros alemanes la situación, Geithner amenazó con cargarse a los bancos y a las economías europeas, si no se allanaban a pagar el pato y cargar ellos con las pérdidas: los bancos estadounidenses no tenían que pagar por los seguros colateralizados de impagos (CDOs) y por otras apuestas en las que habían vertido miles de millones de dólares.

Los europeos estallaron de indignación. Pero Geither terminó por ofrecerles un trato. De acuerdo: la Casa Blanca permitirá la quiebra de Grecia. Pero los EEUU necesitan tiempo.

Convino en abrir una línea de crédito de la Reserva Federal al Banco Central Europeo (BCE). La Fed suministraría dinero para prestar a los bancos en el ínterin cuando las finanzas de los gobiernos europeos  desfallecieran. Se daría tiempo a los bancos para que pudieran deshacer sus garantías de quiebra. Al final, el BCE sería el acreedor. El BCE –y presumiblemente, la Fed— cargarían con los costes, “a expensas del contribuyente”.  Los bancos estadounidenses (y probablemente también los europeos) evitarían así cargar con unas pérdidas que se llevarían por delante su situación patrimonial neta.

¿Cuáles son realmente los detalles de este acuerdo? Lo que sabemos es que los bancos estadounidenses están retirando la renovación de sus líneas de crédito a los bancos y a otros prestatarios europeos a medida que van expirando. El BCE actúa para cubrir la brecha. A eso se le llama “suministro de liquidez”, pero más parece un suministro de solvencia en una situación de insolvencia básica. Después de todo, una deuda que no puede devolverse, nunca se devuelve.

La idea de Geithner es que lo que una vez funcionó, puede volver a funcionar. Cuando la Reserva Federal o el Tesoro cargan con una pérdida bancaria, lo que hacen, simplemente, es imprimir deuda pública o abrir un depósito para los bancos en el banco de la Reserva Federal. La opinión pública no ve eso de manera tan perspicua como cuando le arrebatan directamente el dinero. Y el gobierno se limita a decir que se trata de “salvar al sistema financiero”, sin mencionar el coste del asunto “a expensas del contribuyente” (¡no a expensas de los bancos!).

Es un regalo.


Traducción para www.sinpermiso.info: Mínima Estrella

¿Qué hacer para liberarse de la trampa de las deudas públicas?

Entrevista a François Chesnais
7 de julio de 2011
Extraída de VIENTOSUR:


 




François Chesnais en “La Mondialisation du Capital” afirmaba que la tendencia actual de la economía no es, contrariamente a lo que se repite, la “liberalización de los mercados". Al contrario, su buen funcionamiento está amenazado por el capital industrial y financiero, caracterizado cada vez más como capital rentista. Quienes sostienen este tipo de capital son los inversores institucionales (compañías de seguros, fondos de pensiones, fondos de inversión), convertidos en los principales beneficiarios del sistema, gracias a la voluntad política de favorecer al capital rentista.

En el pasado, François Chesnais formó parte del grupo de Cornelius Castoriadis, que publicó la revista Socialisme ou barbarie. Desde 1995 es uno de los líderes de la revista Carré Rouge, de tendencia marxista. Es miembro del consejo científico de Attac-Francia y forma parte del Nouveau Parti anticapitaliste desde sus inicios en 2009.

¿Cómo definir la situación de las clases populares en Europa en relación a la cuestión de la deuda?

En mi libro (Les dettes illégitimes. Editions Raisons d´Agir, mayo 2011) hablo del “doble castigo” que las burguesías y los gobiernos están infringiéndoles. A fines de 2008 y durante todo el año 2009, los asalariados y asalariadas han sufrido de lleno el látigo de los efectos de la crisis mundial bajo la forma de cierres de fábricas, despidos, reducción de horarios y congelación salarial. Luego, a partir de la primera fase de la crisis de la deuda griega en mayo de 2010 y la entrada en escena de las agencias de calificación como portavoces de las exigencias de los bancos y de los inversores financieros, los gobiernos europeos han emprendido un ataque a las clases populares a todos los niveles en nombre de la “obligación de pagar la deuda”.

Lo que el gobierno Papandreu aceptó imponer a los ciudadanos griegos en el marco del nuevo “plan de salvación” puesto a punto por la troika –UE, BCE y FMI- produce escalofríos. Subida de dos puntos del IVA, del 19% al 21%, aumento de los impuestos sobre el alcohol, el tabaco y los carburantes (0,008 euros sobre la gasolina y 0,03 euros sobre el gasoil). Creación de un “derecho de acceso” a la red eléctrica. Reducciones de salarios y de jubilaciones en la función pública por 1,7 millardos de euros, es decir el 0,7 % del PIB. Congelación de todas las jubilaciones públicas y privadas. Amputación del programa de inversión pública. Medidas para facilitar los despidos. Ola de privatizaciones de una amplitud sin precedentes: los puertos, los aeropuertos, los ferrocarriles, el agua, las telecomunicaciones y el Banco Postal, etc. En Portugal, las medidas aceptadas por los dos partidos “mayoritarios” son de la misma naturaleza. En Irlanda, en el contexto de un sistema económico y social a la anglosajona, donde la protección social era ya débil, los estragos del plan de austeridad como consecuencia de la estatización de la deuda de los bancos son particularmente fuertes en la salud pública y la enseñanza.

En mi libro, recuerdo que la decisión del gobierno Sarkozy de acelerar de repente la “reforma” de las jubilaciones y de imponerla a cualquier precio es la consecuencia de una exigencia de las agencias de notación, a fines de mayo de 2010. Los planes de austeridad están ya en marcha en todas partes. No tienen aún el grado de intensidad que la UE, el BCE y el FMI están administrando a Grecia, pero también a Portugal e Irlanda. Los asalariados y asalariadas y los jóvenes de la mayor parte de los países europeos deben esperarse políticas que apuntan a imponerles la misma amarga poción. Buen número de los indignados que han ocupado las ciudades de España lo han comprendido.

Se leen llamamientos a que el pago de la deuda sea puesto en el centro del debate de la campaña presidencial de 2012. ¿Qué piensas sobre este tema?

Es inevitable que ocurra. Lo que está en juego es saber quién toma la iniciativa y define sus términos. En Le Monde del 28 de junio, Stéphane Boujnah (que es delegado general del grupo financiero Santander en Francia –tras haber sido una “vedette” del Deusche Bank- y no solo presidente del think tank: “En tiempo real”), escribe por supuesto que la deuda francesa debe ser pagada. Desea la creación de un “Consejo nacional para la recuperación de las cuentas públicas”, que se estaría inspirado, dice, “en el legendario Consejo Nacional de la Resistencia”. Esto equivale a decir que la deuda pública francesa es legítima y que una especie de unión sagrada debe permitir que sea “liquidada”.
El movimiento social francés debe oponerse con todas sus fuerzas a este discurso que es absolutamente dominante en los medios y por el momento en la mayor parte de los discursos políticos. Si la deuda de Grecia tiene rasgos de deuda odiosa, todas las deudas públicas europeas son ilegítimas, entre ellas la de Francia. Por las condiciones políticas en las que los países han caído bajo el dominio de los “mercados, y por la naturaleza de los “préstamos” sobre los que se deben pagar intereses a los bancos y asegurar su devolución.
El mandato moral de pagar la deuda hecho a los ciudadanos se basa en dos ideas. En primer lugar, que éstos formarían parte consciente y consintiente de la acumulación de la deuda. En mi libro, reúno un conjunto de elementos puestos a la luz por sindicatos como el SNUI (Sindicato de las finanzas públicas) y de Sud Trésor o periodistas meticulosos como los de Médiapart, que muestran hasta qué punto esto no ha sido así. El escudo fiscal es solo la punta visible de un iceberg de bajada de los impuestos del capital y de las altas rentas y de evasión fiscal. La segunda “falsa evidencia”, por utilizar la expresión de los Economistas Aterrados, es que serían sumas, fruto de un ahorro amasado por una dura labor, que habrían sido prestadas. No es sino muy marginalmente así. Cuando los bancos y los fondos de inversión “prestan a los estados”, activan mediante “el efecto de palanca” un mecanismo de apropiación de una parte de los impuestos pagados por quienes no pueden escapar a él (el IVA en particular). Estos “préstamos” se basan en un tejido complicado de transacciones interbancarias en buena parte ocultas (el “shadow banking system” o “sistema financiero de la sombra”), cuyas bases son tan frágiles que toda falta de pago, incluso de un muy pequeño país (Grecia representa el 2% del PIB de la zona euro) es una amenaza para los bancos.
Defiendo, igual que lo hace Attac, la necesidad de proceder a una auditoría pública de la deuda. En Grecia, un comité por la moratoria y la auditoría de la deuda ha sido creado en enero de 2011. Sus militantes han llevado a cabo ya un trabajo suficientemente fuerte como para que un sector de los militantes de la plaza Syntagma lo haya adoptado y que se haya podido oír en un video de Dailymotion, a una joven portavoz del sindicato de los empleados estatales, gritar al fin de la entrevista las consignas de la pegatina que llevaba: “¡No debemos nada! ¡No se venderá nada! ¡No se pagará nada!”.
En España, la actividad de los bancos está en el punto de mira de los indignados. Subrayo quizá más fuertemente de lo que lo hace por el momento Attac, que dadas las tradiciones políticas francesas, la auditoría puede verdaderamente tomar cuerpo solo bajo la forma de una amplia campaña popular iniciada por las asociaciones y partidos, de la que la campaña de los comités por el No al Tratado Constitucional Europeo (TCE) de 2005 proporciona un perfecto ejemplo. El caso griego muestra el inmenso alcance democrático de una campaña por la moratoria y la auditoría popular de la deuda. En Francia, quienes han estudiado las centenares de páginas del TCE serán perfectamente capaces de analizar los documentos públicos, particularmente los informes parlamentarios, en los que son detallados una amplia parte de los “regalos al capital”. Tratándose de los detentadores de los títulos de deuda, la cuestión de la salvaguarda del pequeño ahorro en caso de anulación es a menudo planteada. Cuando se hacen las declaraciones del impuesto, los bancos calculan al céntimo los montantes aferentes a diferentes formas de ahorro de los hogares. Les sería garantizado, pues no representa sino una minúscula parte de los “créditos” sobre el estado reclamados por los bancos y los inversores financieros.

¿Así pues, no estamos ante una crisis griega, sino ante una crisis propiamente europea?

Exacto. Se trata de una crisis europea, porque bancos europeos, alemanes y franceses en particular están amenazados más o menos seriamente por una suspensión de pagos del estado debido a su gestión arriesgada y oculta. Mucha gente ha dicho que la crisis de los bancos estaba acompañada por una crisis de la “gobernanza europea”. Estamos más bien ante un ensayo de puesta en marcha de lo que Naomi Klein llama “la estrategia del shock”.
Las rivalidades entre las élites europeas, la independencia del BCE, la pesadez de las instituciones de la UE hacen su montaje complicado. Pero si se toman las propuestas ya antiguas del luxemburgués Jean-Claude Juncker, presidente del Eurogrupo, los discursos de Ángela Merkel y de Nicolas Sarkozy y el “Pacto por el euro” que endurece drásticamente el “Pacto de estabilidad” y, en fin, el reciente discurso de Jean-Claude Trichet defendiendo una “gobernanza” aún más centralizada y autoritaria de la zona euro, estamos claramente frente a una tentativa de utilizar la “crisis de la deuda” para someter de nuevo a las clases populares al “talón de hierro” del capital.
Esta “estrategia del shock” tiene por contexto, en el plano mundial, el callejón sin salida de la acumulación financiarizada y del modelo de crecimiento por endeudamiento. Los Estados Unidos han sido su clave de bóveda. Estuvieron en el epicentro del krach del Nasdaq en 2001 y de los bancos de inversión en septiembre de 2008. No conocen otro modelo e intentan por tanto perpetuarlo. Sin embargo el gobierno americano está en casi suspensión de pagos. Los países de Europa, entre ellos los de la zona Euro, han copiado los mecanismos del modelo de crecimiento por endeudamiento en combinaciones diferentes. Irlanda y España han construido una prosperidad ficticia sobre booms inmobiliarios insensatos. En todas partes las empresas han aprovechado las oportunidades de la liberalización para hacer jugar la competencia entre asalariados de países de trayectoria histórica y niveles de salario y de protección social muy diferentes. La demanda interna ha decaído y no ha sido sostenida más que por el endeudamiento de las familias. En todas partes los gobiernos, tanto de izquierdas como de derechas, han bajado los impuestos sobre el capital y sobre las altas rentas y han compensado la bajada de la fiscalidad mediante un recurso creciente al préstamo.
La tasa de endeudamiento de Francia se acerca ahora al 90% del PIB. Pero en el otoño de 2008, antes del rescate de los bancos y de los grupos del automóvil, estaba ya al 63%. Lo mismo es cierto para otros países. Pero Francia es también la sede de tres de los grupos financieros (se les llama aún “bancos” pero el término es falso) muy implicados en el apoyo al boom inmobiliario en España y en la compra de títulos de la deuda.
Se oye a los dirigentes europeos repetir que si el pueblo griego lograra impedir el nuevo plan de austeridad, ello podría desencadenar quiebras bancarias en cascada.
La realpolitik de la finanza quiere efectivamente que los pueblos acepten inmolarse para que la dominación del capital perdure. El primer acto de la toma de posesión de la nueva directora del FMI (Christine Lagarde) ha sido pues, de forma completamente natural, hacer un llamamiento al parlamento griego a ser “responsable” y a votar unánimemente las leyes correspondientes al nuevo “plan de rescate”.
Volvamos sobre los “bancos”. Con la ayuda de la concentración, los bancos se han transformado en grupos financieros para los que las operaciones de lejos más provechosas son las de valorización de las carteras de los ricos (la “banca privada”) y sobre todo las operaciones de especulación sobre los títulos de la deuda pública y de refinanciación de los préstamos de las sociedades inmobiliarias y de los bancos hipotecarios. Desde su salvamento en 2008, los “bancos” no han depurado todos los activos tóxicos de sus cuentas. Han continuado haciendo inversiones de alto riesgo en las dos esferas de actividad mencionadas. Han reencontrado su nivel de hacer ganancias de antes de la crisis. Sus accionistas han recibido dividendos y los dirigentes stock-opcions elevadas. Sus títulos (cerca del 20% del CAC40) han dopado el curso de las bolsas. Hay un debate incesante en los periódicos especializados para apreciar, se puede decir incluso adivinar, la situación de su balance y por tanto el grado en que una suspensión de pagos “haría temblar el sistema financiero mundial” realmente. En lo que concierne a la deuda griega, la mayor parte de los grupos financieros han tomado sus disposiciones. Se pueden interpretar así las informaciones relativas a las iniciativas tomadas por el BNP Paribas sobre Grecia. Pero un “efecto dominó” sigue siendo posible. Lo que inquieta verdaderamente a las finanzas es la situación española, cuarta economía de la zona euro, donde el marasmo económico es profundo en un momento en que la juventud y sectores sociales se movilizan.

En tu libro, privilegias la cuestión de la anulación de la deuda y la puesta de los bancos bajo control social, ahí donde otros se focalizan en la salida del euro.

Hay diferentes formas de posicionarse en relación a la crisis del euro. Se puede ver el euro como una cortapisa (algunos lo han pensado desde el comienzo) y por tanto la crisis actual como la ocasión de volver a una moneda nacional, cuyo gobierno podría relanzar el crecimiento por la devaluación de la tasa de cambio. Quienes tienen esta posición hablan poco o nada en absoluto de la deuda. Piensan quizá que el aumento de los ingresos fiscales ayudaría a resolverla en buena parte. Olvidan la experiencia de la devaluación competitiva de finales de los años 1980, con una deuda bastante menos elevada y una base industrial bastante más sólida.
Se puede ver la crisis del euro como algo inscrito en los hechos en razón de la probabilidad, incluso la ineluctabilidad, de una suspensión de pagos de Grecia. La deuda griega era del 133% del PIB en 2010. Va a acercarse al 160% en 2011 y rozar, según algunas proyecciones, el 180% de aquí a dos años. Las medidas brutales no hacen sino retardar el momento en que habrá que dar “un salto a lo desconocido”, es decir, reestructurar la deuda, alargar los plazos, borrar una parte. Es completamente posible que el efecto dominó sea entonces tan fuerte que la zona euro estalle. Ciertos bancos no lo resistirían, de forma que la cuestión de su puesta bajo control social se plantearía.
No se les podría sin embargo evitar la quiebra una vez más de forma gratuita. Los trabajadores se encontrarían más que nunca confrontados a la pregunta: ¿hay que desangrarse para que el estado asegure un servicio de la deuda pública aplastante –¡en Francia, a la altura de 50 millardos de euros, absorbe la totalidad de lo que es recaudado a título del impuesto sobre la renta!- de forma que se les permitiera a los bancos continuar pagando dividendos y remuneraciones alucinantes a sus dirigentes?
Lo que yo defiendo es que el movimiento social, ayudado si es posible por algunos partidos, se prepare para no ser tomado por sorpresa en una nueva crisis bancaria y para poder responder a ella con la ayuda de la consigna de “tomar los bancos”. Esta consigna tiene un “carácter algebraico”. El grado de radicalidad de su puesta en marcha depende del estado de la correlación de fuerzas políticas, es decir, en buena parte, de la importancia de la preparación política ciudadana anterior. Es posible que la resistencia de las clases populares y de la juventud, como en España, sea un factor desencadenador de las quiebras bancarias. Pero es el propio sistema bancario el que se ha puesto en esa situación. La creación de una red de comités por la auditoría de la deuda permitiría al movimiento social prepararse para esa eventualidad. Estaría dispuesto a movilizarse contra todo nuevo anuncio gubernamental de la necesidad de “salvar a los bancos”. Es el primer paso evidentemente hacia consignas más radicales. Es lo que muchos militantes esperan de las asociaciones altermundialistas y de los partidos de izquierda y de extrema izquierda.
El combate político por la moratoria y la anulación, tras la auditoría popular, de la mayor parte de la deuda pública no es de los que pueden ser “delegados”. Lo que ocurre en Atenas nos concierne en Francia. Si la deuda de Grecia tiene rasgos de “deuda odiosa”, todas las deudas europeas son ilegítimas.


Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR