martes, 3 de enero de 2012

Ataques contra el Régimen


Agustín García Calvo, noviembre de 1933

Del criterio de rentabilidad y la identidad de Capital y Estado

Tendremos, sí, que hablar de las Personas, que, como son reales, son también en verdad dinero. Pero antes hay que intentar librarse de ciertas confusiones, por falsa distinción, que siguen reinando en el Bienestar, para divertir a la razón y que, entretenida en discutir todavía si “privado” o “público” si “administración estatal” o “privatización de los servicios”, no descubre nunca las verdaderas falsedades sobre las que el Bienestar está asentado.
Pues ello es que hace tiempo que la Empresa Privada y la Administración Pública han venido estrechando de tal modo su matrimonio que ya son una misma alma, y en verdad indistinguibles la una de la otra, lejos del tiempo del abuelo Marx, que aún podía distinguir entre el capitalista explotador y los políticos, perros guardianes del Capital.
Y, sin embargo, la idea de separación entre lo uno y lo otro, la idea de que se está jugando algo cuando se habla de que el Estado se haga cargo de tal Empresa o que se pasen a la Empresa Privada tales instituciones estatales, sigue rigiendo en este mundo, pese a su vaciedad, o precisamente gracias a su vaciedad, hasta llegar a la necedad superferolítica de que pueda haber alguna diferencia entre una Televisión Estatal y una Privada; como si no se supiera lo que es Televisión.
Pero la verdad es que el Estado y Capital son la misma cosa, y sólo dos para disimular; y los mismos son los políticos y los banqueros, y no hay Dios que distinga (o sólo Dios puede) entre los Ejecutivos de Dios de la Empresa y los del Ministerio (o los Sindicatos); como no podía menos de ser: pues lo uno y lo otro está movido y sostenido por lo mismo: una misma Fe en el Futuro, una misma Idea, un mismo idealismo, esto es, una misma creencia en el Dinero como la realidad de las realidades.
Y la piedra de toque para reconocer la identidad de Capital y Estado, y la falsedad vigente de su distinción, es el Criterio de Rentabilidad. El cual vemos todos los días como se aplica indiferentemente en las Instituciones Estatales lo mismo que en las Privadas, y cada vez más descaradamente; como es natural, porque aquello de que “De dinero no se habla, niño” era cosa de los viejos burgueses, y ahora, en cambio, nada más decente y más honroso, que hablar de dinero, ¿qué más claro y honesto, que más santo, que declarar abiertamente que a lo que se va es a la producción de rendimiento dinerario, al acrecentamiento del volumen de las cifras? Cualquier otra cosa, cualquier otro hablar, es sin más sospechoso para el Señor.
Lástima que, con el Criterio de Rentabilidad, a la gente lo que se le hace la puñeta a gran escala. Pues en cualquier momento, cualquier Ejecutivo de lo uno o de lo otro, podrá quitarle cerezas de la boca, las vacas de los prados, el caminito de hierro, la tierra misma de debajo de los pies, gracias a la apelación al Criterio de Rentabilidad: porque, déjese de mandangas, amigo, aquí de lo que se trata es de productividad, de rendimiento, de futuro, esto es, de dinero; y ante ello tienen que agachar la cabeza y retirarse las cositas y los corazoncitos, no faltaba más. No estorbe, hombre, y perdone las molestias, pero es que estamos trabajando por su futuro.
Así es como el Criterio de Rentabilidad, al mismo tiempo que prueba la identidad entre Capital y Estado, sirve para eliminar la vieja noción de “servicio público”, según en la próxima entrega estudiaremos.

De cómo se ha quedado vacía la noción de “Servicio Público”

Ello es que la imposición general del Criterio de Rentabilidad deja inmediatamente vacía (aunque vigente en su vaciedad) la vieja noción de “servicio público”; pues ese criterio da por supuesto que lo que es bueno para el Dinero (para el movimiento del Capital) es bueno para la Persona, para el Hombre; lo que ya se ve que sólo será verdad en la medida que el Hombre sea íntegramente dinero, enteramente identificado con su capital; pero, si quedan entre la gente algunos restos de demandas no dinerarias, de demandas más concretas, sensuales y palpables, si queda algo de gente que no sea todavía enteramente el Hombre, entonces la verdad del presupuesto pierde pie y deja en entredicho el propio Criterio de Rentabilidad.
Ahora bien, era a esas otras demandas de bienes inmateriales y sensibles a lo que respondía, con más o menos falacia, la noción de los servicios públicos de antaño. Que es que había, en formas de dominio anteriores al Bienestar, en que la identidad de Estado con Capital no era tan segura o tan descarada, una cosa que se llamaba Servicios Públicos, S.P.: se trataba en verdad de que el Estado se veía obligado (por una especie de “mala conciencia estatal”) a compensar la humillación y aplastamiento de las gentes en nombre de la Patria (esto es, la Patria de los Patrones) mediante algunas reparaciones, que consistían en dedicar una parte (nunca muy grande, claro, pero algo) de los ingresos estatales a cosas como mejorar los caminos, sostener las escuelas, limpiar las calles o los bosquecillos, abrir hospitales o refugios de pordioseros, en fin esas cosas.
En ese Estado de antaño, lo que era claro era la separación de esas caridades estatales, de esos Servicios Públicos, respecto a cualquier cosa que se pareciese al Criterio de Rentabilidad: los Servicios Públicos eran típicamente improductivos (de dinero), puesto que servían para atender a cosas, a necesidades o beneficios papables y sensibles a la gente corriente, no creados desde Arriba.
Y otra cosa era (como era casi de norma) que algún sacristán, algún Comisionado de los Servicios Públicos (¡bendita corrupción!) distrajera para su bolso algunas cantidades en desmedro del común; pero, si a alguien se le hubiera ocurrido proclamar que el Servicio mismo era un negocio, que tenía que ser rentable, esto es, que el tal hospital, ferrocarril o escuela era, como todo hijo de Dios, una empresa que tenía que funcionar como cualquiera y, en vez de limitarse a gastar dinero, también moverlo, la cosa habría llenado de escándalo y tristeza a los “burgueses o burguesas” que “a sus finiestras sone”. Pues bien, eso es lo que en la Sociedad del Bienestar se proclama con todo descaro y a todas luces.
Y por tanto, de hecho (porque hechos son las palabras desde que las cosas no son más que ideas), lo que al público se le ofrece, en los lugares donde estaban los Servicios Públicos son unas oficinas en que el Criterio de Rentabilidad (y las consiguientes caras y gestos de los funcionarios) rige igual que en cualquier Empresa Privada: no se trata de subvencionar ferrocarriles que lleven vida a los desiertos y hagan surgir pueblos de la nada, sino de colaborar en la Empresa del Automóvil y la Gasolina; no de limpiar las calles de lo que quede de ciudades, sino de llenarlas de letreros “Estamos trabajando para su futuro: perdonen las molestias”; no de mantener un Servicio de Correos abierto al público cada vez más días y más horas y con más facilidades, sino de desarrollar una cosa competitiva con las Empresas Privadas de Transporte; en fin, ayudar a mover el Capital, a mantener la Fe en el Futuro haciéndole al público la puñeta de presente.
Así que lógicamente tenemos que preguntarnos: ¿qué son los Impuestos en el Reino del Bienestar?

Dinero divino y dinero humano

Hablando de Impuestos, hay un engaño fundamental acerca de las relaciones entre el Estado y la gente, sobre el cual Desarrollo y Bienestar se asientan: a saber, el de hacer creer (empezándolo por creer el propio político o economista, que ambos son el mismo) que el dinero que al contribuyente se le saca contribuye al Dinero de las arcas del Estado (como en las formas de dominio más arcaicas, como el de Raquel & Vidas contribuía a la bolsa del Cid Campeador), Dinero que el Estado a su vez distribuye a los súbditos en forma de beneficios, los que el Señor estima que la Mayoría demanda y necesita.
Que esas recaudaciones, en el Desarrollo, en vez de parar en Servicios Públicos, se inviertan en negocios rentables (de dinero), en los que el Estado entra lo mismo que la Banca; pero el engaño en eso es todavía más abstracto, y cuanto más abstracto, más constituyente de la Realidad: es que no se nos deja entender que ni siquiera el dinero que corre entre las manos de los contribuyentes es de la misma naturaleza que el que el Estado y la Banca manejan por todo lo alto.
Hay un Ministerio de Transustanciación cuando el dinerillo que a la gente se le reparte, para que se entretenga haciéndose la ilusión de que con él se compran cositas que aún no son dinero, aparece en lo Alto convertido en un Dinero, con cifras espectaculares de 10 ó 12 ceros para arriba, que se mueve solo, que descaradamente no compra más que dinero, esto es, Crédito (de las Gran Empresa o de los Estados –da lo mismo), de manera que las cosas que se citan son un mero pretexto para la operación, y los nombres de esas cosas perfectamente intercambiables, pudiéndose pasar de prensas hidráulicas a cigarrillo turcos como Pedro por su casa.
Se trata de desconocer esa evidencia elemental; que la Sociedad del Bienestar está fundada toda ella en un descubrimiento maravilloso: el Dinero grande o divino, sólo con moverse, sólo con cambiar de sitio en las cuentas, de fechas en el Tiempo, sólo con eso ya produce (dinero, naturalmente: o sea, por sus nombres propios, Crédito, Tiempo Futuro, Tiempo), con la sola condición de que en el proceso le asista una Fe inquebrantable, sin vacilaciones, que es la esencia misma del Crédito, la del Futuro, la del Tiempo, que es el nombre verdadero del Dinero Desarrollado.
Es un procedimiento milagroso, que, así como implica que lo que por él se produzca no pueda ser otra cosa que dinero, más o menos disimulado con los nombres de las cosas, y que por tanto no pueda revertir en beneficios palpables y verdaderos para la gente, sino en este disfrute ideal, hechizado y sonambúlico, del Bienestar, así también es un procedimiento ajeno al dinero en calderilla que a la gente se le reparte para que se haga la ilusión de que compra cosas.
“Pero entonces” podría decirnos alguien “un corolario de eso será que los Impuestos, la contribución del dinero de los particulares al Estado, no tienen sentido en el Bienestar: ¿qué falta le hacen mis dinerillos al Estado?” Y en efecto, al Estado de Bienestar no le hacen falta ninguna los Impuestos: podría vivir lo mismo dedicándose descaradamente a lo mismo que la Gran Empresa, a lo mismo que la Banca, a mover dinero por lo alto.
No, no es verdad que al Estado le haga falta cobrar impuestos, que a Hacienda la hagamos todos, que el Dinero del Estado consista en la suma del dinerillo de los súbditos. Y sin embargo, hay que seguir cobrando impuestos, porque hay que seguir haciéndoles la puñeta a los contribuyentes, lo cual es una necesidad primaria para el Estado, lo mismo que para el Capital. Lo que se quiere conseguir es que todos seamos Hacienda, o sea contables y dinero.


Agustín García Calvo
Análisis de la Sociedad del Bienestar
Editorial Lucina, noviembre de 1993.

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