sábado, 12 de mayo de 2012

El capital ficticio

Al final de los 70 y principio de los 80 surgió una nueva etapa capitalista: el capitalismo especulativo. Supuso una fuga de capitales desde los espacios productivos a los de la especulación, en forma de capital ficticio. El capital especulativo o capital ficticio se define como capital que posee valor monetario nominal y existencia como papel, pero que no posee base en términos de actividad productiva real o de activos físicos. El capital especulativo se apropia de un excedente para cuya producción no ha contribuido en nada; exige remuneración, sin contribuir en nada a la  creación de valor real.
La valorización especulativa de los activos genera ganancias ficticias. Mientras la burbuja especulativa se mantiene, no implica pérdidas para nadie. Los intereses de la deuda pública recibidos por el capital, si son financiados con incrementos de la propia deuda, constituyen ganancia para los propietarios del capital, sin que constituyan pérdida para ningún otro particular. El valor imputado a los bienes inmuebles en posesión de los bancos, mientras que no salen al mercado, tienen el valor que los bancos quieran darle. Si compro una mercancía por un precio superior al correspondiente a su valor, mientras no la consuma puedo seguir pensando que no he perdido valor en la compra, pero eso es una pura ilusión. La ganancia ficticia existe mientras se mantenga la valorización especulativa del activo, y desaparece si desaparece esa valorización. Desde el punto de vista de la sociedad, esas ganancias son puro humo. Cuando se propone hacer desaparecer el capital tóxico, los activos tóxicos, lo que se pretende es hacer real el capital ficticio y cobrarlo, obviamente a los trabajadores, por medio de impuestos o mediante obligaciones de deuda u otro tipo de ayudas públicas.
En la economía española, la inversión del sistema financiero en vivienda supuso un alivio para la insuficiente rentabilidad del capital y la escasez de oportunidades de inversión en la economía productiva. Pero la inversión especulativa precisa de dosis cada vez más altas, generando capital y ganancias ficticias, reinyectadas en un mismo circuito. Hasta alcanzar un punto en el que la distancia entre el valor real y el monetario del activo hace irreal la riqueza aparente. El pinchazo de la burbuja inmobiliaria ha dejado en manos del sistema financiero una parte importante de capital ficticio, que ahora carece de valor y que, por tanto, debe disminuir su valor nominal. También las familias se encuentran endeudas pagando créditos sobre viviendas que no valen lo que pagaron por ellas. Pero eso es parte del negocio del sistema financiero, que ahora puede seguir cobrando los intereses del gran volumen de capital prestado. El único inconveniente es que el pinchazo de la burbuja hace peligrar la devolución de los créditos y que los activos inmobiliarios en manos de los bancos pierden también su valor, disminuyendo su solvencia.
La importancia de los créditos puestos a disposición de los hogares con la finalidad de adquirir vivienda (con hipoteca) supera a los créditos en cualquier sector productivo (véase la siguiente gráfica). El crecimiento del crédito concedido a las familias no es para satisfacer la demanda de vivienda, sino que responde a unos precios cada vez mayores. Pero lo más destacable es que la segunda finalidad de los créditos otorgados corresponde a las actividades inmobiliarias, y la tercera finalidad a los concedidos al sector de la construcción.

El gran peso de la vivienda en los activos bancarios es una de las principales características del sector bancario español. Los análisis de la crisis bancaria española realizan una foto de la situación actual, olvidando que no es fruto del azar. La asignación de crédito es una de las principales funciones de la banca y un ámbito en el que las decisiones están sólidamente argumentadas. La banca favoreció una burbuja inmobiliaria como un procedimiento teóricamente eficiente para generar ganancias ficticias. El problema ha sido que el proceso especulativo se ha detenido de manera no controlada. Se trata ahora de establecer el máximo control sobre la pérdida de valor del capital ficticio, con el objetivo de que sea absorbida por el sector público o, en último término, por los trabajadores.
En la siguiente gráfica se muestra la evolución de los créditos dudosos según diversos conceptos (todos los datos tienen como fuente el Boletín Estadístico del Banco de España). El sector de actividades inmobiliarias ha pasado de tener 1.599 millones de euros en créditos dudosos en 2007, a 62.366 millones a finales de 2011. Esto representaba en 2007 un 0,53% de los créditos concedidos a actividades inmobiliarias y un 20,9% a finales de 2011. Si a esto se le añaden los créditos dudosos en el sector de la construcción (1.111 millones en 2007, representando un porcentaje de riesgo del 0,72%, y 17.393 millones en 2011, un porcentaje de riesgo del 17,66%) y los de los hogares relacionados con vivienda (4.495 millones en 2007, un riesgo del 0,72%, y 18.285 millones en 2011, con un riesgo del 2,79%), la banca española puede tener alrededor de 98.044 millones de euros en créditos dudosos asociados a la vivienda, que representan un 9,3% de los créditos concedidos a esta función.


Los créditos dudosos son sólo parte del problema de la banca española. El porcentaje de riesgo (créditos dudosos sobre los concedidos) de los créditos a los hogares para adquisición de vivienda (con hipoteca) es bajo (2,74% en 2011). Esta es una de las cifras que hace suponer que la información que ofrece la banca sobre la solvencia de sus activos puede ser inexacta. Con la caída del PIB y el incremento del paro afectando a los hogares españoles, es poco creíble que sólo el 2,74% de las hipotecas sobre vivienda se definan como de dudoso cobro. Adicionalmente, por tanto, el problema no son sólo los créditos dudosos, ha surgido la duda del valor de todos los activos inmobiliarios de los bancos. En la complejidad de las finanzas capitalistas parece difícil saber cuándo los activos son reales, son financieros o cuándo son puramente ficticios.
La expansión financiera se ha basado en el capital ficticio y las inyecciones de liquidez y las ayudas públicas a la banca no tienen como objetivo solucionar un problema de liquidez o de solvencia. La banca no está dispuesta a asumir las pérdidas  generadas en el estallido de la burbuja y para ello precisa del sector público. La nacionalización de las pérdidas (como en el caso de Bankia), la creación de sociedades inmobiliarias (como en la actual reforma)  o las ayudas públicas (no sólo ayudas directas, sino en forma de incentivos fiscales, avales, bonos convertibles en acciones,…) son los instrumentos que pone el gobierno a disposición de la banca. Todas ellas son formas más o menos sutiles de trasladar las pérdidas del capital ficticio a los trabajadores.

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