jueves, 2 de febrero de 2012

El derecho a la insolvencia



5-12-2011



Austeridad en Europa



Los fanáticos del fundamentalismo económico dicen que “el trabajador alemán no quiere pagar las facturas del pescador griego” y, mientras tanto, enfrentan a los trabajadores entre sí, llevando a Europa al borde de la guerra civil.

La entidad que es "Europa" fue concebida a raíz de la Segunda Guerra Mundial, como un proyecto para superar el nacionalismo moderno y crear una unión no identitaria basada en los principios del humanismo, la ilustración y la justicia social. ¿Qué queda de este proyecto original, después del reciente colapso financiero que ha asaltado la economía estadounidense y ha puesto en peligro a la zona euro? Desde el comienzo de la Unión Europea, el perfil constitucional de la entidad europea ha sido débilmente definido, de manera que el objetivo económico de prosperidad y las limitaciones del monetarismo financiero han tomado el lugar de una constitución. En la década de 1990, el Tratado de Maastricht marcó un punto de inflexión en este proceso. Sancionó la constitucionalización de la regla monetarista y sus implicaciones económicas: una disminución del gasto social, reducción de los costes laborales y un aumento de la competencia y la productividad. Los efectos de una aplicación intolerante de las reglas de Maastricht se hicieron evidentes en 2010: aplastando a Grecia e Irlanda y poniendo en peligro otros países, la crisis financiera mostró las contradicciones entre los deseos de crecimiento económico y estabilidad social, y la rigidez monetarista. En esta situación, las reglas de Maastricht han demostrado ser peligrosas, y la concepción global de la UE, basado en el protagonismo de la competencia económica, ha revelado su fragilidad.

Si vamos a competir con las economías emergentes, en las que los costes laborales son más bajos que los de Europa, debemos reducir los salarios europeos. Para competir con economías en las que la jornada de trabajo no termina nunca y en donde las condiciones de trabajo no están reguladas -con poca seguridad, turnos agobiantes, y sin garantías de empleo-  también habrá que abolir los límites de la semana laboral, hacer horas extras obligatorias y renunciar a la seguridad en Europa. Así, la evolución del capitalismo requiere no sólo la derogación de los principios que se derivan del socialismo, sino también la revocación de la tradición de la Ilustración y el legado humanista, hasta e incluyendo la abolición de la democracia, si esta palabra aún significa algo.

¿Es esta la Europa que queremos? ¿Es esta la imagen a la que Europa ha decidido adherirse? Obviamente, no se trata aquí de principios, sino de relaciones de poder. En los últimos años, la clase financiera, ahora un grupo dominante en el gobierno económico del mundo, ha utilizado las herramientas técnicas de la globalización para aumentar enormemente la riqueza que, en forma de beneficios y rentas financieras, acaba en los bolsillos de una minoría. La clase obrera y los trabajadores del conocimiento en sus distintas formas no han podido resistir el ataque que siguió a la globalización. Esta desigual distribución de la riqueza está en conflicto con la posibilidad de un mayor desarrollo del capitalismo: la reducción de los salarios globales está destinado a causar una disminución de la demanda. El resultado es un empobrecimiento que hace a la sociedad más frágil y agresiva, y una deflación que hace imposible relanzar el crecimiento.


El poder financiero y el capitalismo nihilista


La clase dirigente europea parece incapaz de pensar en términos del futuro. Están nerviosos y, asustados por su propia impotencia, tratan de reafirmar y reforzar medidas que ya han fracasado.

Este colapso europeo pone al descubierto la agonía del capitalismo. La flexibilidad del sistema se ha acabado; se ha quedado sin márgenes. Si la sociedad debe pagar la deuda de los bancos, debe reducirse la demanda, y si la demanda se reduce no habrá crecimiento.

Hoy en día, es difícil ver un proyecto consistente en la acción frenética de la clase dirigente. Una cultura de “no hay futuro” se ha apoderado del cerebro capitalista. El origen de este nihilismo capitalista se encuentra en el efecto de la desterritorialización, que es inherente al capitalismo financiero global. La relación entre el capital y la sociedad ya no se fundamenta en el territorio, en la medida en que el poder económico ya no se basa en la propiedad de las cosas físicas. La burguesía está muerta, y la nueva clase financiera tiene una existencia virtual: fragmentada, dispersa, impersonal.

La burguesía, que controlaba la escena económica de la Europa moderna fue una clase muy territorializada. Vinculada a los bienes materiales, no podría sobrevivir sin una relación con el territorio y la comunidad. La clase financiera que ha tomado la dirección de la máquina política europea no tiene ningún apego a ningún territorio o a la producción material. Su poder y riqueza se basan en la perfecta abstracción de las finanzas digitales. Estas hiper-abstractas finanzas digitales están matando el cuerpo viviente del planeta y el cuerpo social de la comunidad de trabajadores.

¿Cuánto puede durar? En 2011, sin consultar a la opinión pública, la directiva Europea que surgió después de la crisis griega confirmó su monopolio sobre las decisiones económicas de los distintos países próximos al default. Despojó a los parlamentarios de su autoridad y sustituyó la democracia de la UE por un ejecutivo encabezado por los grandes bancos. ¿Puede el directorio BCE-FMI-UE imponer un sistema de automatismos que asegure el cumplimiento por los miembros de la UE del proceso de reducción salarial del sector público, el despido de un tercio de los maestros, y así sucesivamente? Este orden de cosas no puede durar indefinidamente, ya que el punto de llegada de la espiral de deuda-deflación-recesión-más deuda es el colapso final de la Unión, como se pone de manifiesto en la agonía griega.

La sociedad ha tardado en reaccionar, su inteligencia colectiva está desprovista de cuerpo social, y el cuerpo social está completamente subyugado y abatido. A finales de 2010, una ola de protestas y disturbios estallaron en las escuelas y universidades. Ahora esa ola va en aumento en todas partes. Pero las protestas, manifestaciones y disturbios parecen incapaces de forzar un cambio en la política de la Unión.

Vamos a tratar de entender por qué, y también vamos a tratar de buscar una nueva metodología de acción, y una nueva estrategia política para el movimiento.


Un movimiento para la reactivación del cuerpo social


El movimiento de protesta ha proliferado durante el año pasado. De Londres a Roma, de Atenas a Nueva York, por no hablar de los trabajadores precarios del norte de África que han sido parte de la reciente agitación por el cambio (para bien o para mal) del mundo árabe, este movimiento tiene como objetivo el poder financiero y trata de oponerse a los efectos del asalto financiero a la sociedad. El problema es que las manifestaciones y protestas pacíficas no han sido capaces de cambiar la agenda del Banco Central Europeo, en la medida en que los Parlamentos nacionales de los países europeos son rehenes de las reglas de Maastricht, los automatismos financieros actúan como la constitución material de la Unión. Las manifestaciones pacíficas son eficaces en el marco de la democracia, pero ya no existe democracia cuando los automatismos tecno-financieros han tomado el lugar de las decisiones políticas.

La violencia estalla aquí y allá. Las cuatro noches de rabia en los suburbios ingleses, así como los violentos disturbios de Roma y Atenas, han demostrado la posibilidad de que la protesta social se vuelva agresiva. Pero la violencia tampoco es capaz de cambiar el curso de las cosas. Incendiar un banco es totalmente inútil, ya que el poder financiero no está en los edificios, sino en la abstracta conexión de números, algoritmos e información. Por lo tanto, si queremos que las formas de acción sean capaces de afrontar la actual forma de poder, tenemos que partir de la conciencia de que el trabajo cognitivo es la principal fuerza productiva que crea los automatismos tecno-lingüísticos, que hacen posible la especulación financiera. Siguiendo el ejemplo de Wikileaks, hay que organizar un proceso duradero para desmantelar y reescribir los automatismos tecno-lingüísticos que nos esclavizan.

Frente al asalto financiero, la subjetividad social parece débil y fragmentada. Treinta años de precarización del trabajo y la competencia han puesto en peligro la estructura misma de la solidaridad social y han debilitado la capacidad psíquica de compartir el tiempo, los bienes y el aire. La virtualización de la comunicación social ha deteriorado la empatía entre los cuerpos humanos.

El problema de la solidaridad siempre ha sido crucial en todo proceso de lucha y cambio social. La autonomía se basa en la capacidad de compartir la vida cotidiana y reconocer que lo que es bueno para mí es bueno para ti y que lo que  es malo para ti es malo para mí. La solidaridad es difícil de construir cuando la mano de obra se ha convertido en una dispersión de recombinantes trozos de tiempo y, en consecuencia, el proceso de subjetivación se ha vuelto algo fragmentario, frágil y sin empatía. La solidaridad no tiene nada que ver con una auto-negación altruista. En términos materialistas, la solidaridad no es acerca de ti, se trata de mí. Como el amor, no se trata de altruismo, es sobre el placer de compartir el aliento y el espacio del otro. El amor es la capacidad de disfrutar de uno mismo, gracias a otra presencia, gracias a otros ojos. Esta es la solidaridad. Dado que la solidaridad se basa en la proximidad territorial de los cuerpos sociales, no se puede construir solidaridad entre fragmentos de tiempo.

Creo que los disturbios ingleses, las revueltas italianas, las acampadas españolas no deberían considerarse formas importantes de revolución, ya que no son capaces de golpear en el corazón del poder. Tienen que entenderse como una forma psico-afectiva de re-activación del cuerpo social. Tienen que ser vistas como un intento de activar una relación viva entre el cuerpo social y la inteligencia colectiva. Sólo cuando la inteligencia colectiva se haya vuelto a conectar con el cuerpo social, seremos capaces de iniciar un proceso real de independencia de las garras del capitalismo financiero.


El derecho a la insolvencia


Un nuevo concepto surge entre la niebla de la situación actual: el derecho a la insolvencia. No pagaremos la deuda.

Los países europeos se han visto obligados a aceptar el chantaje de la deuda, pero la gente niega el concepto de que estemos obligados a pagar una deuda que no hemos contraído. El antropólogo David Graeber, en su libro Deb, the first 5000 years (Melville House, 2011), y el filósofo Maurizio Lazzarato, en La Fabrique de l'homme endetté (ediciones Amsterdam, 2011), han iniciado una interesante reflexión sobre el origen cultural del concepto de deuda, y las implicaciones psíquicas del sentimiento de culpa que el concepto de deuda trae en sí mismo. Y, en su ensayo Recurring Dreams The Red Heart of Fascism, el joven pensador anglo-italiano Federico Campagna sitúa la analogía entre los años posteriores al Congreso de Versalles y la actualidad en la obsesión por la deuda:

“La última vez, nacer le llevó décadas. Primero fue la guerra, y luego, una vez finalizado ésta, fue la deuda y todos los vínculos que vienen con ella. Era la época de la industrialización, el tiempo de la modernidad, y todo vino en una escala masiva. Empobrecimiento masivo, desempleo masivo, la hiperinflación, hiper-populismo. Las naciones crujían bajo el peso de lo que los marxistas llamaban “contradicciones”, mientras que los capitalistas se aferraban a los bordes de sus sombreros de copa, todos esperando que el cielo cayera a la tierra. Y cuando lo hizo, ellos mismos se lanzaron tras él, a montones, cayendo desde sus rascacielos y sus edificios de oficinas. El aire se volvió eléctrico, las plazas se llenaron, los árboles se convirtieron en estandartes y porras. Fue el período de entreguerras, y en la profundidad del cuerpo social, el nazismo estaba todavía oculto, líquido y en crecimiento, tranquilo como un feto.

 Esta vez, todo está pasando casi exactamente del mismo modo, sólo que un poco fuera de sincronización, como sucede con los sueños recurrentes. Una vez más, el equilibrio de poder en el mundo está cambiando. El viejo imperio se hunde, melancólicamente, y nuevos poderes se apresuran en su la carrera hacia la cima. Al igual que antes, sus atléticos gritos son los más poderosos de la modernidad. ¡Progreso! ¡Progreso! ¡Progreso! Sus ejércitos son poderosos, sus dientes brillantes, sus esperanzas peligrosas y puras. Los viejos poderes los miran con miedo, escuchando sus lenguas incomprensibles, como ancianos escuchando la música de los jóvenes”.

La carga de la deuda atormenta la imagen de futuro de los europeos, y la Unión, que solía ser una promesa de prosperidad y paz, se está convirtiendo en una especie de chantaje y amenaza.

Como respuesta, el movimiento ha lanzado el lema: No pagaremos la deuda. Estas palabras son engañosas en este momento, puesto que de hecho ya estamos pagando por la deuda: al sistema educativo se le está retirando la financiación, se privatiza, se pierden empleos y así sucesivamente. Pero estas palabras están destinadas a cambiar la percepción social de la deuda, creando una conciencia de su arbitrariedad y de su ilegitimidad moral.

El derecho a la insolvencia está emergiendo como una nueva palabra clave y un nuevo concepto cargado de  implicaciones filosóficas. El concepto de insolvencia no sólo implica la negativa a pagar la deuda financiera, sino también, de una manera sutil, la negativa a someter la potencia vital de las fuerzas sociales al dominio formal del código económico.

Reclamar el derecho a la insolvencia implica un cuestionamiento radical de la relación entre la forma capitalista (Gestalt) y la potencia productiva concreta de las fuerzas sociales, en particular, la potencia de la inteligencia global. La forma capitalista no es sólo un conjunto económico de normas y funciones; es también la interiorización de un determinado conjunto de limitaciones, de automatismos psíquicos, de normas de obligado cumplimiento.

Trate de pensar por un segundo que toda la simbología financiera de la vida europea desaparece. Trate de imaginar que, de repente, dejamos de organizar la vida cotidiana en términos de dinero y deuda. Nada cambiaría en la capacidad potencial de la sociedad, en el contenido de nuestro conocimiento, de nuestras capacidades y habilidades productoras. Debemos imaginar (y por lo tanto organizar) el desenredo de la potencialidad vital del intelecto general de la Gestalt capitalista - presente en primer lugar como un automatismo psíquico que rige la vida cotidiana.

Insolvencia significa renunciar al código económico del capitalismo como una transliteración de la vida real, como semiotización de la potencia social y la riqueza. La capacidad productiva útil del cuerpo social se ve obligada a aceptar el empobrecimiento a cambio de nada. La fuerza concreta del trabajo productivo se somete a la tarea improductiva y realmente destructiva de refinanciar el malogrado sistema financiero. Si, paradójicamente, pudiésemos cancelar cada marca de la semiotización financiera, no cambiaría nada en la maquinaria social, ni en la capacidad intelectual para concebir y actuar. El comunismo no es necesario que sea llamado desde el vientre del futuro; está aquí, en nuestro ser, en la vida inmanente de conocimiento común.

Pero la situación actual es paradójica, al mismo tiempo que emocionante y desesperada. El capitalismo nunca ha estado tan cerca del colapso final, pero la solidaridad social nunca ha estado tan lejos de nuestra experiencia diaria. Debemos partir de esta paradoja con el fin de construir un proceso post-político y post-revolucionario para desenredar lo posible de lo existente.

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