sábado, 11 de febrero de 2012

Cuando le quites oro y plata, advierte, que le dejas el hierro acicalado











Tú, ya, ¡oh ministro!, afirma tu cuidado,
en no injuriar al mísero y al fuerte;
cuando le quites oro y plata, advierte,
que le dejas el hierro acicalado.

Dejas espada y lanza, al desdichado;
y poder y razón, para vencerte:
no sabe pueblo ayuno temer muerte,
armas quedan al pueblo despojado.

Quien ve su perdición cierta, aborrece
más que su perdición, la causa della,
y esta, no aquella, es más quien le enfurece.

Ama su desnudez y su querella
con desesperación, cuando le ofrece
venganza del rigor, quien lo atropella.

                                                        
                                                                      Francisco de Quevedo

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