miércoles, 29 de febrero de 2012

¡Votad la desglobalización! Los ciudadanos somos más poderosos que la globalización

¡Votad la desglobalización! Los ciudadanos somos más poderosos que la globalización
Editorial Paidós, 2011.

La globalización es el desplome del poder adquisitivo de los votos
La globalización es un sistema que ha puesto metódica y organizadamente a competir a escala mundial, sin límites, sin escrúpulos, sin red, de manera amoral, a los asalariados, los empresarios, los agricultores y todos aquellos que se ven obligados a competir directamente con obreros chinos, ingenieros indios y campesinos argentinos, aquellos que no tienen más remedio que aceptar unas remuneraciones de miseria para vivir o sobrevivir.
El balance de la última década de globalización es un desastre para los que no tienen más recursos que su trabajo: deslocalizaciones en serie, destrucción de empleos y de herramientas de trabajo, disminución de los salarios y las rentas del trabajo.
Las pérdidas de puestos de trabajo a causa de las deslocalizaciones y las reducciones de personal provocadas por la búsqueda de salarios bajos y la ausencia de protección social han representado el 8% de los empleos industriales de la zona euro desde 1995.
Desde hace varias décadas, los Estados europeos se han lanzado a una carrera mundial a ver quién cobra menos impuestos, imitando a EEUU, que ya empezó con esta política en la década de 1980. Esta forma de obligar a los países a competir rebajando impuestos y reduciendo la protección social ha adquirido tales dimensiones que ahora los Estados se hallan atenazados por la deuda pública y los mercados financieros.
En la competencia fiscal desenfrenada que han iniciado los Estados del norte, no hay otra salida más que la destrucción de la protección social y los servicios públicos, y el incremento estructural de la deuda pública, con las medidas finales injustas que eso conlleva.
Parados en el norte y esclavos en el sur
¿A qué intereses ha servido el libre comercio integral? Ahí está la reducción de los ingresos de la mayoría, el enriquecimiento exagerado del 1% de los plutócratas mundiales, la reducción de las protecciones sociales, la destrucción de los recursos naturales, la crisis ecológica que multiplica sus focos de aparición y la sombra del miedo que se extiende sobre las sociedades. Es el triste balance de esta estafa universal.
¿La religión del libre comercio ha ayudado a los trabajadores del sur? ¿Qué favor les ha hecho a los trabajadores chinos, por ejemplo? La idea de que la economía del mercado lleva automáticamente a la democracia es un error de juicio, pues las empresas multinacionales están muy contentas de utilizar la dictadura postmaoísta para no tener que pagar a sus nuevos semiesclavos.
La traición de las élites
El necesario vínculo de confianza que une a toda sociedad con sus élites se ha evaporado progresivamente.
Los que nos gobiernan siguen creyendo en el libre comercio, Es lo propio de las clases dominantes de una generación nacida con el crecimiento y que morirá con un nivel de vida confortable, legando la crisis a los que vengan detrás.
Entre el socialismo del callejón sin salida y el socialismo a la deriva
El viejo socialismo redistributivo el del gotero, es un callejón sin salida porque prolonga la vida de un sistema condenado. Lo mismo que el socialismo del ajuste, el que quiere que nos adaptemos a la globalización. Pero a base de ir rebajando los salarios y de la lenta destrucción de los derechos sociales, nos pasaremos la vida adaptándonos sin llegar a ser nunca lo bastante pobres para el sistema.
El programa político es la desglobalización. Es un programa que implica la reacción a favor del trabajo y contra los dividendos, la reacción a favor de la industria y contra las finanzas, loa reacción a favor de la creación contra las rentas. Desglobalización es recuperar el poder de decidir.
Un proteccionismo moderno, verde y europeo
Tras las oleadas de desindustrialización que hemos sufrido, deberemos reconstituir una nueva base industrial orientada hacia la ecología y la innovación, inventando los productos de la Revolución industrial verde capaces de resolver la crisis ecológica. Para conseguir era reindustrialización verde, Europa necesita protegerse del libre comercio, como lo han hecho los países emergentes en el momento de su primera industrialización.
El proteccionismo europeo verde y a la vez social es el keynesianismo del siglo XXI. Es una voluntad política de organizar de forma realista, justa y eficaz la economía del mercado mundial.
Provocar el cambio ecológico
El artículo IX.3 del acuerdo fundacional de la Organización Mundial del Comercio estipula que, “en circunstancias excepcionales”, un miembro puede solicitar una derogación de la apertura de sus fronteras. La lucha contra el cambio climático es una de esas circunstancias, Hay una segunda opción que también se puede utilizar: es posible invocar el artículo XX del GATT, que concede derogaciones a las obligaciones del tratado de la OMC si están en juego “la protección de la salud y de la vida de las personas y los animales o la preservación de los vegetales” y “la conservación de los recursos naturales agotables”.
La OMC ha fijado en su propio trabajo fundacional el fin de la globalización. Todos los países del mundo pueden limitar las importaciones de productos que emitan más CO2 que los que producimos en Europa. La urgencia ecológica y la amenaza que pesa sobre la humanidad imponen el predominio de las nuevas reglas de intercambio extraídas del tratado de la OMC. Los esfuerzos de los países comprometidos con la lucha contra el cambio climático en el norte no pueden verse arruinados por la aceleración de las deslocalizaciones.
Hay grandes voces en el sur que claman por defender ese nuevo modelo de “desglobalización”. La expresión de Walden Bello: “Considero que la desglobalización es una oportunidad. Yo lo presenté como un modelo capaz de sustituir a la globalización neoliberal hace ya casi diez años, cuando las tensiones, los sacrificios y las contradicciones de esta última empezaban a ser dolorosamente tangibles. Concebida como una solución de sustitución esencialmente destinada a los países en desarrollo, también es pertinente para las principales economías capitalistas”.
Walden Bello propone un programa de desglobalización, una reconciliación entre los países del norte y los del sur, entre países emergentes y países víctimas de la desindustrialización que hoy se enfrentan en una guerra económica mundial, a expensas de sus trabajadores, víctimas de abusos antisociales, y de sus ciudadanos, víctimas de atentados contra el medioambiente.
Los Estados deben dedicar sus esfuerzos productivos a reconquistar sus mercados interiores. En el sur, se trata de distribuir mejores salarios para permitir a los habitantes comprar la producción destinada hoy exclusivamente a la exportación. En el norte, se trata de reconstruir las industrias perdidas en esos años de globalización. La escala local y nacional debe tener prioridad en la producción industrial siempre que la producción pueda hacerse a unos costes razonables. La preferencia para el productor más que para el consumidor constituye una nueva estrategia para los Estados y las economías; consiste en obligar a los consumidores a comprar más caro para sostener el poder adquisitivo de los asalariados, que todo el planeta necesita hoy, tanto en el norte como en el sur, para salir de la crisis, Una política industrial que incluya subvenciones, aranceles e intercambios comerciales, debe tener como objetivo revitalizar y reforzar el sector manufacturero, teniendo como prioridad las tecnologías verdes.
Walden Bello: “Las decisiones económicas estratégicas no pueden dejarse en manos del mercado ni de los tecnócratas. Todas las cuestiones vitales –determinar qué industrias hay que desarrollar, cuáles conviene abandonar progresivamente, qué parte del presupuesto del Estado hay que dedicar a la agricultura- deben por el contrario ser objeto de debates y decisiones democráticas. El régimen de propiedad debe evolucionar hasta convertirse en una “economía mixta” que incluya a las cooperativas y las empresas privadas y públicas pero que excluya a los grupos multinacionales. Las instituciones mundiales centralizadas como el FMI o el Banco Mundial deben ser sustituidas por instituciones regionales construidas no sobre la economía de mercado y la movilidad de los capitales, sino sobre principios de cooperación”.
Las soluciones de la desglobalización verde
Una estrategia de desglobalización para la Unión Europea consistirá en establecer unas condiciones sanitarias, medioambientales y sociales para la importación de productos, haciendo respetar en primer lugar unas normas fundamentales de la Organización Internacional del Trabajo, que protegen a los trabajadores y que hasta ahora han sido ficticias porque no se han aplicado: prohibición del trabajo infantil, no recurrir al trabajo forzado, derecho de los asalariados a organizarse para negociar colectivamente sus contratos laborales, no discriminar en materia de empleo. Abriremos nuestros mercados como contrapartida al respeto de dichas normas, o los cerraremos en caso de que no se observe progreso alguno.
Las normas de lucha contra el cambio climático y en defensa de la biodiversidad que la Unión europea se impone a sí misma deben ser respetadas por los Estados y las empresas multinacionales. La Unión Europea se ha comprometido a reducir en un 20% sus emisiones de gas de efecto invernadero en 2020. Debe, por tanto, exigir compromisos equivalentes a sus socios y a sus competidores económicos. La Unión debe reforzar las normas técnicas y sanitarias de protección de los consumidores europeos, asegurándose de que las importaciones respetan las exigencias que ella impone a sus propias productores, especialmente los agrícolas y, sobre todo, en materia de sustancias y mercancías peligrosas, una protección que debe imponerse a los industriales europeos tanto como a los industriales indios o chinos.
Debería diseñarse un sistema de acuerdos bilaterales entre Estados en  función de esas nuevas reglas: la supresión de aranceles a cambio de respetar unas determinadas condiciones sociales y medioambientales.
Las empresas multinacionales europeas que deslocalizan sus unidades de producción a países de bajos salarios deben ser consideradas responsables de los daños medioambientales y sociales imputables a sus filiales y a sus subcontratistas, En el programa de las grandes reformas debe incluirse la aprobación de una ley que permita responsabilizar a las casas madre de comportamientos de sus filiales y sucursales, sea cual sea la nacionalidad de esas empresas.

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